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RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (1)

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 Reanudo mi actividad en este Blog mencionando a una venezolana ejemplar que nos acaba de abandonar y presentando a otro importante hombre de aquí, quien vivió en tiempos anteriores.

In Memoriam Edina Barradas

Edina Barradas, jovencísima profesora del liceo Agustín Codazzi de Maracay, le dio clases en Secundaria a Jesús Tenreiro en 1949. La corrección, brillantez y calidez personal de ese estudiante le llegó al corazón a Edina y lo decía cada vez que alguien cercano a Jesús estaba a su alcance. Jesús a su vez hablaba con cariño especial de Edina. La mencioné fugazmente en este Blog el 19 de Septiembre del año pasado. Y la conocí sesenta años después que Jesús porque su hijo y colega mío Oscar Rodríguez Barradas la trajo una vez a conocer mi casa y a charlar un poco. En Agosto de este año empezamos a escribirnos, ella residenciada en Houston, una más de la diáspora. Me prodigó cariño en los meses siguientes y me habló de su interés por leer lo que aquí aparecía. Su último mensaje, el dos de Enero de este año, me deseaba un buen año y me decía una frase que me llegó a lo íntimo impulsándome a seguir.

Hace unos días el tocayo me escribió que Edina se había ido. Me sentí muy triste porque ella era para mí parte de las referencias que  hablan de lo que ha sido mi vida y la de los míos (ella hablaba también de mi madre). Ya no me podrá decir que mis trabajosas líneas también le hablaban. Y lo repito, me pongo triste, nos vamos yendo todos. Edina fue una de esas personas plenas de humanidad de las que ha sido pródiga nuestra Venezuela. Amo su memoria. Y para sus hijos y familia va este cortísimo homenaje. 

 

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO, ESPERANZA (1)

Oscar Tenreiro

La descripción del acontecer público venezolano durante el siglo diecinueve es una constante confusión de nombres y eventos que complican hallar el hilo cronológico y humano. Me ocurre, tal como a muchos, que los continuos saltos en los acontecimientos políticos que influían de modo determinante en la sociedad con la consiguiente mescolanza de nombres, fechas, intrigas, revueltas y asuntos propios del discurrir normal, me hacen difícil seguir los hechos del ámbito político-social nuestro a partir de 1830, carencia que he querido suplir con algunas lecturas. Entre ellas hay un libro que permanecía casi escondido en una estantería de mi biblioteca y me llamó especialmente la atención. Lo heredé de mi hermana Carlota Elizabeth (1938-1979), quién en los meses anteriores a su trágica muerte, debido a su cargo en el Ministerio de la Juventud, recibía obras publicadas fuera de los circuitos comerciales. Se trata de las Memorias de Rafael Arévalo González (1866-1935), tituladas con su nombre y el subtítulo la Venezuela del dolor, publicadas por sus hijas en 1977 con introducción de Luis Villalba Villalba (1906-1999) entonces presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela.

El libro me interesó por varias razones: una, que ya sabía algo de Arévalo Gonzalez a través de su biznieta, colega y antigua estudiante mía, Adina Arévalo Lares, quien me habló de él  y me regaló un librito editado por su familia titulado Carta a mi Nelly donde está el texto de ese sensible documento, una carta que le escribió Arévalo González a su hija que contraía matrimonio, acto al cual no podría él asistir pues se encontraba preso en la siniestra cárcel de La Rotunda [1], sórdido lugar de castigo para quienes se enfrentaban a Gómez. En esa oportunidad estuvo recluido en el edificio-símbolo de la condición represiva de aquella dictadura durante casi nueve años. Sería liberado y unos años después vuelto a encerrar en el infamante edificio hasta obtener su libertad dos años y medio antes de su muerte el 20 de abril de 1935. Había nacido en Río Chico el 13 de septiembre de 1866.

Vista externa de La Rotunda (foto tomada de la biografía de Arévalo González escrita por Mariela Arvelo)

Patio interno de la Cárcel de La Rotunda. La huella circular es el origen de su nombre. Foto de 1936 (Internet). Esta cárcel, construida entre 1844 y 1854 sigue en clave caricaturesca, como era típico en la Venezuela de entonces y aún después, el modelo del Panóptico inventado por el británico Jeremy Bentham (1748-1832) en 1791 (Internet).

Ya no caricaturescos sino construidos con todo cuidado fueron los pabellones panópticos de la Carcel de Isla de Pinos en Cuba (hoy Isla de la Juventud) construidos entre 1926 y 1931 (Internet). Hablé de ellos en una entrada de este Blog, el 30 de Octubre de 2008, con el título “De nuevo las cárceles”

La Rotonda neoclásica central de la Plaza de la Concordia inaugurada en 1940. Fue proyecto de Carlos Raúl Villanueva. Al fondo la iglesia neogótica de Las Siervas del Santísimo, proyectada por Erasmo Calvani. (Internet)

La segunda razón es que, un siglo después, los venezolanos estamos viviendo circunstancias claramente análogas a las de los tiempos de Arévalo González. No sólo somos sojuzgados también por un tirano y su camarilla, sino que el espíritu represivo del déspota lo ha llevado a usar la cárcel y la tortura superando la crueldad y el cinismo de la barbarie dictatorial que suponíamos superada. Y eso ocurre –otra vertiente de la analogía entre el ayer y el hoy– ante la inconciencia o simple complicidad de muchos que se arropan con las redes de la ideología porque sostienen a una revolución y ellos son revolucionarios, o han preferido adaptarse y convivir con la ilegalidad y el abuso para mejor provecho de sus intereses personales. Buscando una comodidad, un tipo de tregua, consistente en archivar el espíritu crítico. Comodidad que Arévalo González nunca quiso para él, convencido como estaba de que los valores democráticos debían ser defendidos a toda costa como único camino para la realización plena de la sociedad venezolana.

La tercera razón es que la firmeza de la conducta de Arévalo González dirigida a respaldar su compromiso desde muy temprano en su vida y con especial empeño con una ética cívica que no se diferencia de la creencia en la solidaridad entre los hombres, podría ser un modelo para los jóvenes venezolanos de hoy, demasiado ocupados con la trivialidad rampante de las redes sociales que los impulsa a un cierto tipo de ceguera –o prejuicio– social y cultural que invita a desdeñar  la responsabilidad social y su correlato político. La lucha por el perfeccionamiento de la democracia –asunto esencial– se ve como problema de otros y en su lugar se hace prioritaria la acumulación de recursos para construir una posición individual. Posicionarse es lo que se valora, y se busca hacerlo en cualquier parte distinta del complicado y ensombrecido país en el cual nacieron, agobiado por una crisis económico-social que no tiene precedentes, por sus características y por su profundidad –insisto en hacerlo notar– en la historia universal más reciente.

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El padre de Arévalo González, de nombre Demetrio, era un hacendado recién instalado en Río Chico, Estado Miranda, quien como estudiante de medicina había sido incorporado en el papel de practicante a un batallón gubernamental enviado a la zona desde Caracas por el gobierno de Julián Castro en los comienzos de la guerra civil[2]venezolana que conocemos como Guerra Federal. Allí Demetrio conoció a quien sería su esposa, Águeda González[3], razón que lo impulsó a asentarse en Río Chico, decisión facilitada por el deseo de Leonardo Hernández con quien había hecho amistad, dueño de importantes haciendas de cacao –producto de gran valor en esos años– de que le administrara sus propiedades. Abandonó pues Demetrio definitivamente sus estudios, se casó y se radicó en Río Chico donde nacería Rafael en 1866 para regresar con su padre a Caracas junto a sus tres hermanas y su hermano, el menor de todos, a raíz de la muerte de su madre cuando él tenía nueve años de edad. En Caracas terminó su enseñanza secundaria y en las vacaciones luego de su año final, Demetrio se lo llevó a Río Chico donde Rafael, repitiendo en cierto modo la historia de su padre, resolvió quedarse porque se enamoró; y si bien no llegó hasta el matrimonio en esa ocasión, vivió unos años en el pueblo ejerciendo actividades agrícolas hasta que atraído por la nueva forma de comunicación que no mucho tiempo antes, en 1856, había llegado a Venezuela, resolvió hacerse telegrafista. Así lo narra en sus Memorias: …me hice amigo de los telegrafistas y me dediqué a aprender aquel arte, primero por curiosidad y luego con el propósito de que me sirviera de medio para viajar por otras regiones de la República que anhelaba conocer. Cuando estaba algo adelantado entre trasmitir y recibir, vine a Caracas para estudiar la parte teórica y graduarme…[4].

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Fue mientras terminaba su preparación como telegrafista y con seguridad gracias a su roce con el ambiente estudiantil de Caracas a mediados de la década del ochenta, que empiezan a despertarse en él inquietudes políticas y ese celo republicano y democrático que habría de ser parte de su personalidad. Da fe de esa inquietud su participación como activista en distintos acontecimientos derivados de la sátira política bautizada como La Delpiniada [5] https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/l/la-delpiniada/, homenaje bufo montado por los estudiantes universitarios de entonces, experiencia que podría decirse lo inició en el periodismo político gracias a que su activismo estaba orientado por la publicación y distribución de hojas sueltas contrarias al gobierno de Guzmán redactadas por los realizadores de la sátira, quienes finalmente fueron reducidos a prisión, incluyendo a Arévalo. La Delpiniada se escenificó en marzo de 1885 durante el primer gobierno de Joaquín Crespo –que duraría hasta Abril de 1886– quien era tutelado por Antonio Guzmán Blanco. Guzmán regresaría al poder brevemente antes de abandonar el país en 1887 y refugiarse en su palacete parisiense.

Esta es la portada del programa de la Delpiniada. Es un retrato de Delpino y Lamas. Un poemita atribuido a Delpino circuló la noche del homenaje en el Teatro Caracas y quedó para la posteridad. Dice así: Pájaro que vas volando / parado en tu rama verde;/ pasó un cazador matóte; / ¡más te valiera estar duerme!

Termina Arévalo su preparación como telegrafista y comienza a conocer Venezuela gracias a su paso por Barcelona –a dónde regresa unos años después– y luego Zaraza, Aragua de Barcelona y Cumaná. Llegó a Caracas a establecerse definitivamente en tiempos de los sucesores de Guzmán, Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890) y Raimundo Andueza Palacio (1890-1892), este último empeñado en continuar en el poder hasta que Joaquín Crespo se impone militarmente, lo derroca y se adueña de la Presidencia durante seis años –hasta 1898– siendo sucedido por Ignacio Andrade. La Presidencia de Andrade, liberal amarillo como todos los presidentes incluido Guzmán Blanco, surge de elecciones hechas siguiendo una nueva Constitución (1893) que pretendía recuperar el hilo constitucional. Elecciones sin embargo claramente amañadas por las huestes del crespismo en contra del candidato más fuerte de la oposición, José Manuel Hernández (1853-1921), conocido como el Mocho Hernández https://es.wikipedia.org/wiki/José_Manuel_Hernández) quien se alza en armas poco después de la toma de posesión de Andrade. Crespo pierde la vida el 16 de abril de 1898 en uno de los enfrentamientos con él, el de La Mata Carmelera en el actual Estado Cojedes.

Es a mediados del gobierno de Crespo cuando Arévalo conoce a Elisa Bernal Ponte con quien se casaría el 10 de agosto de 1896[6]y con quien tuvo diez hijos, el primero de ellos una niña, Olga.[7]

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Con Cipriano Castro, quien derroca a Ignacio Andrade en Octubre de 1899 y se hace del poder hasta Diciembre de 1908 como resultado de la llamada Revolución Restauradora por él comandada, se inicia un período decisivo para Arévalo González. En esos años se consolida y afirma su vocación de periodista vigilante del acontecer político venezolano estimulada por su presencia como articulista polémico en diferentes diarios y revistas, actividad que culminó con su nombramiento como Redactor del importante diario caraqueño El Pregonero[8]. Al mismo tiempo empieza a ser víctima Arévalo del rencor y la arrogancia dictatoriales: sus opiniones críticas sobre los distintos aspectos del ejercicio de un poder no democrático le ganaron represalias que anuncian lo que sería su tragedia personal: bajo Castro, entre 1899 y 1908, fue reducido a prisión cinco veces[9]. Y el siguiente dictador, Juan Vicente Gómez, férreo e imperturbable dueño de Venezuela durante veintisiete años, acentúa los esfuerzos por humillarlo y silenciarlo, haciéndolo preso también cinco veces[10]robándole su libertad durante más de quince años. Un castigo de desproporción insólita si se piensa que nunca Arévalo González participó en conspiraciones armadas, sostuvo más bien con ejemplar persistencia una actitud de no violencia activa, de oposición usando juicios críticos, blandiendo sólo ideas en un contexto como el venezolano de su tiempo, caracterizado por el enfrentamiento cruento, por la constante recurrencia al uso del machete y el fusil. Ese especial mérito, ese ejemplo singular lo definen bien estas sencillas palabras de Guillermo Meneses publicadas en el diario El Nacional el 20 de Septiembre de 1966[11]: Si nos detenemos a examinar las razones políticas por las cuales pasó tantos años preso. nos quedamos admirados de que nunca fue detenido como conspirador…Se le detuvo muchas veces por escribir. Nada más.

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Así fueron sus prisiones en tiempos de Gómez: La primera, de sólo un mes, en la Rotunda, fue producto de un incidente propio de una Venezuela sin ley.[12]La segunda en el Castillo de San Carlos en la barra del Lago de Maracaibo en 1910, sobre la cual no he podido conocer la duración precisa. La sufrió por haber divulgado en su periódico el informe de un magistrado de la Corte Suprema donde hacía constar el terrible estado de la cárcel de La Rotunda. La tercera fue en La Rotunda durante ocho años y cinco meses, desde Julio de 1913 hasta Diciembre de 1921, causada por atreverse a lanzar a Félix Montes (1878-1942) como candidato presidencial que se opondría a Gómez. La cuarta durante dos años también en La Rotunda entre el 12 de Julio de 1923 y el 21 de Julio de 1925, por haber sido absurdamente declarado sospechoso de participación intelectual en el asesinato de Juancho Gómez, hermano del dictador. Y la quinta cuatro años y medio, desde el 25 de Febrero de 1928 hasta el 15 de Octubre de 1932, esta vez por haber enviado un telegrama a Gómez pidiéndole la libertad de los estudiantes universitarios presos a causa de la –muy recordada en Venezuela– sublevación estudiantil de 1928. Esta prisión fue en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, como el de San Carlos vestigio militar colonial de gruesas paredes, húmedos y abrasadores calabozos en los sótanos, más sórdido y tenebroso aún que La Rotunda. En resumen, si a las de Gómez sumamos las prisiones de tiempos de Cipriano Castro[13], Arévalo González estuvo preso más de veinte de los sesenta y ocho años que vivió, acusado de delitos de opinión inexistentes en el sistema jurídico venezolano, víctima del autoritarismo militar que aún hoy nos ahoga.

Menos de tres años después de su última liberación, el 20 de abril de 1935, murió de cáncer Arévalo González. Su esposa había muerto el 25 de agosto de 1921.

(Seguiremos hablando de Arévalo González)

[1]La Rotunda fue demolida a la muerte de Gómez y en su lugar se construyó una plaza con el simbólico nombre de La Concordia (propuesto, según parece por el Presidente interino heredero del Poder gomecista, Eleazar López Contreras). La plaza fue proyecto de Carlos Raúl Villanueva. En los años ochenta fue intervenida y modificada.

[2]Demetrio  debe haber llegado a Río Chico a fines de 1859 o comienzos del sesenta.

[3]Pág. 85 del libro Rafael Arévalo González o la Venezuela del dolor, edición no comercial de 1977. Lo identificaré en lo sucesivo como Memorias.

[4]De sus Memorias, pág 90 de la edición de 1977.

[5]La Delpiniada fue una ocurrencia de los estudiantes universitarios de entonces y consistió en la representación formal en un teatro importante de la ciudad (el Teatro Caracas) del homenaje a un poeta, Francisco Antonio Delpino y Lamas, más bien escribidor de versos de cierto ingenio, hombre de extracción popular –vivía en el humilde barrio El Guarataro de Caracas– homenaje que quería ser una parodia de  la ridícula adulación destemplada y cursi que muchos representantes de la intelligentsia  gobiernera caraqueña  le prodigaban al General Antonio Guzmán Blanco, autoritario Presidente de Venezuela en varias oportunidades entre 1870 y 1887, ejerciendo directamente o mediante personajes títeres como Joaquín Crespo, quien era el presidente en ese momento. Para conocer mejor lo que fue La Delpiniada puede acudirse a este link: https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/l/la-delpiniada/

[6]Fecha tomada de la biografía escrita por Mariela Arvelo (El Caballero Andante y la Pluma de Oro – Vida y Obra de Rafael Arévalo González. Edición Mariela Sigala de Gómez Tamayo. 2016), Pág. 122. La puso en mis manos la colega y ex-discìpula Adina Arévalo Lares.

[7]Sus hijos fueron: Olga (1897), Nelly (1898), Lilia Josefina (1900), Jorge (1901), Graciela (1903), Mery (1905) quien viviría muy poco, Elba (1907), María Gladis de Jesús (1910), Amneris (1912), y Héctor (1913) quien fallecería a los dos años. (Fuente: Geni- Internet, complementada por la Biografía de Mariela Arvelo)

[8]Diario propiedad de Odoardo León Ponte (1866-1905), quien le ofreció el cargo de Redactor a Arévalo. Más tarde Arévalo se convirtió en el Director. Fue el primer diario venezolano impreso con rotativa y vendido al pregón.

[9]Memorias, pág. 163

[10]La primera prisión de 1910 se menciona en la biografía de Mariela Arvelo (Op. Cit. Pág. 256 y 162). No se habla de su duración. En las Memorias se dice que ocurrió, sin ningun dato sobre duración y lugar

[11]Biografía de Mariela Arvelo, Pág.289

[12]Fue atacado con intenciones de asesinarlo y se defendió. Había publicado en su periódico El Pregonero, un Editorial  que cuestionaba la concesión de una pensión vitalicia a los herederos del corrupto gobernador del Territorio Federal Yuruary, hoy Estado Bolívar, Pedro Vicente Mijares. El atacante fue un sobrino de Mijares. (pág. 247 de las Memorias)

[13]No hay datos fidedignos sobre oportunidad y duración de las prisiones en tiempos de Cipriano Castro.


RAFAEL ARÉVALO GONZÁLEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (2)

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Oscar Tenreiro

He hecho una rápida semblanza biográfica de Arévalo González para situar al personaje en su contexto. Al hacerlo he estado obligado a entrar fugazmente en ese batiburrillo político-militar que fue el siglo XIX venezolano desde la Independencia hasta entrado el siglo XX, mezcla con frecuencia incomprensible de vanidades, codicias, deslealtades, rencores, inmadurez ciudadana y republicana. A lo cual se suma la violencia armada de montoneras y caudillos locales, el enfrentamiento violento entre facciones. Un conjunto de fenómenos que interferían o determinaban el intercambio social y económico y hace irremediable establecer conexiones entre los sucesos y accidentes de la esfera pública y el trayecto vital de quien interesa estudiar o rememorar. Esto resulta aún más cierto en el caso de Rafael Arévalo González, cuya vida y realización personal giró en torno a su papel como periodista crítico activo de las incidencias políticas de su tiempo.

En realidad, para la mayoría de los venezolanos de entonces, los ires venires del Poder Público se situaban como asunto central de la existencia. Lo privado, la iniciativa individual, el esfuerzo personal por hacer algo, por aportar industria al espacio social, económico y cultural, se ubicaban en segundo término. El concepto de libre iniciativa y mínima interferencia del Estado que tanta importancia tuvo por ejemplo en la evolución del sistema jurídico y el intercambio económico republicano de Los Estados Unidos de América, que era en ese tiempo el modelo a seguir, tropezaba con modos de proceder heredados de un régimen colonial monárquico, conservador y radicalmente tradicionalista, ajeno y hasta antagónico a un tipo de ordenamiento social abierto a nuevas prácticas como el que se iba asomando con el liberalismo económico asociado a la Revolución Industrial. En esa Venezuela –y hasta cierto punto la actitud persiste hoy– el Gobierno era visto como una especie de deidad que en el cumplimiento de la función reguladora interfería en toda actividad haciendo indispensable estar en sintonía con él. Era como un obstaculizador fardo cuyo peso podía orientarse en cualquier dirección, árbitro tutelar que definía y encauzaba los atributos de la vida social. Había que observarlo de cerca, vigilarlo. Mucho dependía de lo que en la esfera pública estuviera aconteciendo.

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 Agreguemos a lo anterior dos cosas. En una república en temprana etapa de formación, surgida de una guerra, resulta esencial configurar el nuevo Estado. Es un empeño que exige atención y participación activa de los sectores sociales más educados que por ello mismo están dentro del campo de atracción de las más importantes instituciones republicanas que tratan de consolidarse. Y hay otro aspecto en el caso venezolano:  el papel que le tocó jugar a nuestros antepasados en la Guerra de Independencia. Que fue tan intenso y arrollador que trastocó jerarquías, aniquiló familias, destruyó, saqueó, desangró y dejó un país maltrecho y casi destruido, además de promover auto-exilios –hoy suena familiar la situación– hacia los territorios que se extendían más allá de las fronteras originales de la antigua Capitanía General. Y lo que más influiría en la inestabilidad de los tiempos de paz: dejó innumerables jefes y subjefes que se sabían parte de los ejércitos vencedores y esperaban ser favorecidos o recompensados. Gentes que sufrieron por décadas –desde que los españoles se retiraron– la inercia de seguir conquistando lugares, de imponer la fuerza por sobre la razón, de armar contingentes, de errar por los caminos haciendo botines, en fin, participar de alguna brizna de poder. De esa especie de caldo problemático surge otra guerra, esta vez interna, civil, que fue terrible y apenas había pasado al nacer Arévalo González. El camino bélico trazado por dos guerras como ilusorio modo de resolver diferencias, se hizo demasiado fuerte en la sociedad venezolana. Tan fue así, que desde tiempos de la Independencia ha sonado esta frase atribuida a Simón Bolívar: Ecuador es un convento, Colombia una universidad y Venezuela un cuartel. Esa presencia militar permanente la revela casi con estridencia la lectura de las Memorias de Arévalo González, en las cuales en casi todos los episodios y las distintas incidencias públicas y privadas que narra tiene figuración central o marginal algún General. Es sorprendente la cantidad de jerarcas militares que ocupaban cargos públicos, que figuraban en empresas, o ejercían algún tipo de liderazgo económico-social en su localidad. Mueve a la risa si no fuese una de las principales razones de nuestras tragedias, entre las cuales la vida de Arévalo. Y si no estuviéramos hoy, siglo y medio después, en una situación análoga.

Esta interpretación de la “Emigración a Oriente” de 1814 pintada en 1913 por Tito Salas (1877-1974), si parece demasiado retórica y plásticamente afrancesada, representa bien sin embargo el drama de destrucción y sufrimiento de la Guerra de Independencia.  Bolívar aparece semi-derrotado, siempre en un caballo blanco.

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Rafael Arévalo González fue pues un venezolano más de los que observaban atentos el desarrollo político de un país que andaba a tientas siempre albergando algún conflicto armado en ciernes. Entendió, no sabemos por cuales vías precisas o experiencias personales, que había que participar en el debate público señalando opciones para un discurrir cruzado por demasiadas ambiciones y expectativas encontradas que desconocían las ventajas de la paz y el encuentro entre iguales. Y lo hizo de un modo comprometido convirtiéndose en activísimo defensor de los derechos y deberes democráticos. Eso lo define como ser humano. Pero para hacerle justicia debe agregarse que lo hizo en permanente riesgo de que su acción lo llevara a entregarle su libertad y tal vez su vida a las ganas primitivas y vengadoras de dos de los tiranos –Castro y Gómez– que iniciaron nuestro siglo veinte. El instrumento que utilizó para hacerlo fue la prensa, desde los diversos diarios que le abrieron las puertas en tiempos de Andueza Palacio (1890-1892) como fue el diario La Razón, durante la segunda presidencia de Joaquín Crespo (1892-1898), incluyendo la breve sucesión de Ignacio Andrade (1898-1899) para hacerse primero Redactor y luego Director de El Pregonero durante Cipriano Castro (1889-1908), labor que continuó en tiempos de Juan Vicente Gómez, hasta que, a consecuencia de las prisiones de Arévalo, el diario no se publicó más, y trascendió que los esbirros del tirano se encargaron de destruir todos los ejemplares que se guardaban en los talleres de la imprenta.[1]

Rafael Arévalo González

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El esquematismo de los enfrentamientos políticos de su tiempo le granjeó a Arévalo González el calificativo de godo, en la jerga política de entonces sinónimo de oligarca, asociado a los privilegios sociales y económicos, alineado con la causa de los ricos y poderosos; en definitiva, conservador ajeno a las necesidades populares, todo lo que él no era. Sin embargo, llamarlo de ese modo sembraba sospechas sobre sus pronunciamientos y ayudaba a apuntalar la polarización entre buenos malos –Arévalo era de los malos– que tan útil ha sido para mantener impunes las agresiones a la democracia y los delitos de todo orden que se les permiten a los buenos. Un juego de sospechas que ha caracterizado la lucha política venezolana[2]y terminó favoreciendo en nuestro tiempo la ruptura de la continuidad democrática.  Era un calificativo que se le lanzó durante esas décadas del XIX, a guisa de dardo ponzoñoso, a algunas de nuestras más importantes figuras políticas, como fue el caso de José Antonio Páez. La palabra godo se refería a lo que los marxistas llamaban hasta hace poco y algunos dinosaurios aún usan para insultar o devaluar, un reaccionario. Alguien que reacciona por motivaciones ideológicas contra el cambio, la renovación, la modificación del statu quo.  En un país cargado de deseos de reivindicación, esa etiqueta era un arma efectiva que daba pie a prejuicios que podían favorecer a quienes etiquetaban, en este caso al Partido Liberal –amarillo– cuyos representantes usufructuaron el poder durante más de la mitad de nuestro siglo diecinueve favoreciendo autoritarismos preñados de corruptelas grandes y pequeñas, o de represión focalizada y generalizada, hasta que el partido desapareció con las dictaduras de principios del siglo veinte.

Este cuadro de Arturo Michelena (1863-1898) pintado en 1890, representa a José Antonio Páez en el momento de su famoso grito de “Vuelvan Caras” Apenas algo más de 25 años después de este hecho, los artilugios de la inmadurez política lo transformaron de héroe en villano.

José Antonio Páez. Fragmento del retrato pintado en 1874 por Martin Tovar y Tovar  (1827-1902).

Y la verdad de la vida de Arévalo González es que nunca buscó ni apoyó privilegios especiales surgidos de una posición social o política. Centró sus esfuerzos en la necesidad de preservar el civismo y la democracia, de combatir la corrupción y de respetar la Constitución. Fundaba sus alegatos en razonamientos que permitirían llamarlo ideólogo del republicanismo. Y los exponía públicamente gracias a su actividad como periodista que le permitía llevarlos hasta el público en general. Su lucha es análoga a la de muchos que como él en distintos puntos del continente americano quisieron ejercer una especie de pedagogía cívica que permitiera superar los atavismos del atraso cultural y la fragmentación que acechaba. Si nos atenemos a los hechos, tratar a Arévalo de godo era una manifestación del deseo de etiquetar que ya he nombrado para devaluar al adversario incómodo. Además, una persona con los atributos de un godo no asume el papel de conciencia pública, de vigilante si nos aproximamos al sentido que se le da a esa palabra en inglés.[3]En este caso vigilante de la moral pública, consciente como estaba de que las instituciones, débiles y confiscadas –como lo están hoy– por el poder autoritario, no iban a respaldar por sí mismas ningún intento de corrección o castigo. Conducta que no concuerda en absoluto con el calificativo de godo, el cual se revela tan vacío como son vacíos los calificativos a los cuales nos tiene acostumbrados el populismo de izquierdas y derechas o el revolucionarismo oportunista de raíz marxista que tanto daño ha hecho a Venezuela.

Esta es la bandera del Partido Conservador venezolano que apoyaba a Páez. El partido de los “godos”. El rojo no es pues propiedad exclusiva de un sector político.

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Pese a la importancia que puede concedérsele en una sociedad en formación al carácter pedagógico y testimonial de la vida de Arévalo González, su nombre y su legado –ya lo he dicho– es poco conocido. Su esfuerzo intelectual –ético en el sentido más amplio–ha sido oscurecido un poco, pese a que a partir de sus experiencias es posible encontrar ciertas claves que ayudan a complementar el conocimiento de una etapa de nuestra historia dominada por el sinsentido. Sorprende que gentes muy acuciosas e intelectualmente insospechables lo hayan pasado por alto. Un caso especial sería el de Mariano Picón-Salas, nuestro extraordinario ensayista, quien con su siempre atractivo estilo literario ha auscultado con profundidad los temas que trata. En uno de sus más importantes libros –Los días de Cipriano Castro, publicado en 1953 obra fundamental para la comprensión de lo que ocurrió entre nosotros en los años iniciales del siglo veinte, ignora a Arévalo González hasta el punto de ni siquiera mencionarlo.

Cipriano Castro en su despacho (Internet) Tal vez en 1905.

Tomás Polanco Alcántara en su libro Juan Vicente Gómez – Aproximación a una biografía, publicado en 1990, lo cita de pasada dedicándole cuatro o cinco cortos párrafos [4]y equivoca el nombre del diario que dirigía Arévalo al decir El Progreso en lugar de El Pregonero. Pone además en duda la pertinencia –por poco realista– del gesto de Arévalo de lanzar en 1913, enfrentándola a la falsa candidatura presidencial de Juan Vicente Gómez, la de Félix Montes[5], hombre probo que a consecuencias de ese hecho se fue al exilio mientras que Arévalo era reducido a una nueva prisión, la más larga de su vida: ocho años y cinco meses. Y finalmente Manuel Caballero, en su libro Gómez el Tirano Liberal publicado en 1993, si bien nombra a Arévalo e incluso cita frases de algunos de sus editoriales, lo hace en ciertos puntos en tono desdeñoso, desde lejos y sin referirse a las represalias que sufrió; y en relación a lo de la candidatura, califica a Félix Montes como una especie de compendio de todas las grisuras [6] frase que luce frívola e injusta.

Caballero habla también de ingenuidades en el texto del editorial, calificativo que merece examen porque nos ayuda a situar el sentido de los pronunciamientos periodísticos de Arévalo González. Porque fue respetar y exigir el respeto de principios que en el ambiente de entonces los sabidos de la política y los de hoy podían llamar ingenuidades, lo que más castigó el ego de Juan Vicente Gómez. Lo desnudaron y revelaron su insinceridad, al mismo tiempo que convirtieron el gesto en episodio crucial para Arévalo, uno de los más significativos de su vida, el acto más radical a favor de sus convicciones sobre los derechos ciudadanos. No sólo porque estuvo en el origen de su cruel, larga e injusta prisión y todo lo que ella desencadenó en cuanto al sufrimiento personal y familiar –la cual estaba dispuesto a sufrir como lo revela en sus Memorias– sino por su terminante y provocador valor ético, que vino a ser como un espejo en el cual el tirano vio reflejada su verdadera índole. Si por una parte despertó con su quieta y sin embargo certera ingenuidad –sin duda bien meditada por Arévalo– la ira represiva del tirano, también abrió para sus compatriotas un necesario espacio de reflexión. Poco aprovechado en su tiempo y hasta hoy, como he dicho, un poco ensombrecido, pero que espera ser colmado cuando los venezolanos recuperemos la capacidad de vernos mejor a nosotros mismos, la cual ha estado siempre alterada por los acontecimientos inmediatos y hoy pareciera derrotada o profundamente golpeada por la actual tiranía. Vernos y examinarnos para comprometernos a fondo con nuevas formas de compromiso con el perfeccionamiento de nuestra democracia. La historia de la candidatura de Félix Montes en resumen, fue una radical demostración de ciudadanía destinada a sentar un precedente. Y por encima de todo eso la consumación en el espíritu de quien la impulsó –Arévalo González–del concepto de resistencia pasiva, que asociado al de no violencia lo convierte, en su modesto país y en su pequeña y modesta comunidad  en pionero de un estadio avanzado de la evolución de la civilidad.

Juan Vicente Gómez en el palco presidencial del Circo de Toros de Maracay. A la derecha aparece su hijo Florencio, bien endomingado. Esta foto llegó a mí entre los papeles que heredé de mi padre.

[1]Tal vez sea esta la razón por la cual ha sido tan difícil documentar a Arévalo González. Ignoro si en la Biblioteca Nacional existen ejemplares de El Pregonero.

[2]Fue este tipo de oposición falsa lo que caracterizó la interacción de adecos y copeyanos en la etapa democrática iniciada en 1958 e interrumpida por la crisis actual. Es una polarización interesada y falaz que se volvió contra las instituciones y sentó las bases de lo que ha venido ocurriendo en el momento actual (2021). En ese sentido el Partido Liberal Amarillo fue una anticipación de lo que ocurrió con las izquierdas light de fines del siglo veinte, representadas en Venezuela por la deriva populista del partido Acción Democrática.

[3]Según el diccionario inglés y español (Internet): Una persona que trata de un modo no oficial, de prevenir el crimen o capturar y castigar a quien ha cometido un crimen, especialmente porque piensa que organizaciones oficiales … no controlan el crimen efectivamente.

[4]Juan Vicente Gómez-Aproximación a una biografía– Tomás Polanco Alcántara – Academia Nacional de la Historia-Grijalbo- Caracas 1990-Pág 182.

[5]Félix Montes (1878-1942) era abogado y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Fue colaborador de la revista literaria El Cojo Ilustrado y en 1936, mientras estaba en el exilio, dos días antes de la muerte de Gómez, fue nombrado Miembro de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales con el sillón 14. Nunca se incorporó. http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=montes-felix

[6]Manuel Caballero; Gómez el Tirano Liberal ; Monte Avila Editores, 1993. Pág. 153

RAFAEL ARÉVALO GONZÁLEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (3)

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Oscar Tenreiro

Mi respeto por los autores que he mencionado me impide pensar que fueron sus prejuicios los que los llevaron a ubicar a Arévalo González en la parte semioscura de la escena histórica, verlo desde lejos, o simplemente no verlo. Pero lo que ocurrió con ellos exige buscar allá del simple pasar por alto para mejorar nuestra percepción de lo que ha ocurrido y viene ocurriendo entre nosotros los venezolanos. Por una parte, cuando se lanza la mirada hacia el pasado con deseos de indagar y entender, lo haga una persona de limitadas luces o un intelectual de alto vuelo, lo primero que capta el interés son los hechos más significativos, y a partir de ellos se va penetrando en los procesos que los determinaron y las personas que formaron parte de la intrincada red de pequeños y grandes aportes, individuales o de grupos, que les dieron forma. Hablar de hechos en ese tiempo venezolano es sobre todo hablar de luchas entre partidos o facciones con vistas a debilitar o afirmar las palancas del poder, o de conjuras destinadas a derribar o exaltar liderazgos, asuntos que no se vinculan directamente con la actitud de vigilancia crítica que ejerció Arévalo González orientada a la controversia pública civilizada –la prensa– y no a promover asociaciones políticas. Por eso, Arévalo González es respecto a esos hechos, en cierta medida, lo que en inglés se llama un outsider, alguien un poco forastero, que opina y promueve sin estar directamente involucrado en el manejo de los hilos del confuso juego general.  Lo hace notar –lo cité más arriba–Guillermo Meneses (1911-1978) el importante escritor venezolano, con admiración pero sin duda también con extrañeza, lo cual nos advierte que en un contexto en el cual lo que predomina es la conjura, la zancadilla política y la constante y con frecuencia irracional disensión, pase desapercibido su aporte, acaso por considerarlo irrelevante.

Por otra parte, Arévalo González fue en realidad un derrotado, un derrotado que estuvo prisionero durante veintitantos años de su vida sin que esa entrega de su libertad tuviera, aparentemente, repercusión alguna en la marcha general de las cosas [1].Y siendo completamente cierto que de los prisioneros poca gente se acuerda (como vemos que ocurre en el tiempo actual venezolano) mientras la vida sigue un curso ajeno al padecimiento de quien está aislado en una cárcel, estar preso implica el riesgo cierto de ser relegado al olvido. No creo por ejemplo que nuestros líderes de la Independencia o la opinión pública aún restringida que hubiere entonces, se ocuparan de Francisco de Miranda, el visionario impulsor del inmenso despertar de un continente. Desde que se le hizo preso [2]hasta morir en 1816 su ausencia no se hizo notar –­no se le menciona más– y lo que es más significativo,  la memoria histórica apenas permite conocer algunas cosas sueltas, y  sus dos años finales de reclusión en La Carraca están sumergidos en una casi total oscuridad. Así pudo ocurrir en esa pocilga indigna que era La Rotunda. Allí en cierto modo desaparecía Arévalo cada vez que lo apresaban. En alguna medida se perdió tras los sucios muros la huella más inmediata de su andar. Allí se congelaron sus sueños y debió pensar en las madrugadas tristes y silenciosas en las cuales hablaba consigo mismo, que todo lo que sacrificó lucía vano, olvidable. Difícilmente podría haberse imaginado que la  persistencia de su legado se impondría por sobre la crueldad que lo quiso acallar.

De nuevo los calabozos de La Rotunda (Internet)

Un preso político (anónimo) en La Rotunda, portando perno y grillete en los tobillos para impedir su movilidad: los grillos que impusieron Castro y Gómez (Internet)

De nuevo aquí el cuadro (fragmento) de autor desconocido que muestra a Rafael Arévalo González en su celda

Los grillos, en los pies de Arévalo (pesaban diez kilos y producían llagas)

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Cabe decir además que cuando Picón Salas escribe Los días de Cipriano Castro, no habían sido publicadas las Memorias de Arévalo. Al igual que es probable que la investigación que debió hacer Picón Salas, llevada a cabo en tiempos dictatoriales –Pérez Jiménez (1948-58)– haya tropezado con limitaciones en sus fuentes de información, de modo que las omisiones de quienes habían historiado los comienzos de nuestro siglo XX pudieron filtrarse hasta él.

Pero si bien pueden ser esas las razones en su caso, hay otro aspecto de la cuestión que no sólo lo afectaría a él sino a Polanco, Caballero, o cualquiera que en los tiempos que fueron publicados sus libros hubiera tenido noticias de la vida de Arévalo González: no se había instalado aún, de pleno derecho y claramente identificada como conducta de contenido subversivo de corte político, la no-violencia y uno de sus correlatos: la resistencia pasiva. https://es.wikipedia.org/wiki/Resistencia_no_violenta  Siendo cierto por ejemplo que la huelga como derecho obrero en ciertas condiciones es una forma de resistencia no-violenta, activa, que se practica desde larga data, la huelga de hambre, de tipo pasivo, era muy poco común y hoy en día su utilización se ha extendido por el mundo[3]. La no-violencia irrumpe en la conciencia mundial hace menos de un siglo impulsada por la conducta y las enseñanzas de Mahatma Gandhi (1869-1948). Es sobre todo a partir de su ejemplo y su singular liderazgo ético cuando se empiezan a considerar en todo su valor moral y su posible impacto para influir en las conciencias de los detentadores del poder, las distintas formas de resistencia no-violenta [4], entre ellas –es importante notarlo– el encierro voluntario.  Hoy se ha convertido en un tipo de conducta de alta jerarquía ética, herramienta utilizada por los espíritus superiores que entienden que es un medio para convencer sin violentar, para expandir una idea sin imponerla, un instrumento de especial contenido cívico en un ámbito social y político que aspira a ser democrático. Nada de eso estaba del todo claro en tiempos de la vida Arévalo González, y aún hasta casi terminado el siglo XX. Sin embargo, intuitivamente, siguiendo convicciones que podemos conjeturar, este hombre obstinado y valeroso actuó según esos principios convirtiéndose sin proponérselo en un temprano pionero de la no-violencia en el mundo americano y tal vez en el ámbito universal.

Mahatma Gandhi siendo confrontado por un policía durante una manifestación pacífica en Suráfrica en 1913 (Internet)

Martin Luther King fue un apóstol de la resistencia no violenta. Aquí hablando en una concentración en 1962 (Internet)

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  Digamos finalmente, para abundar desde una perspectiva más personal en el tema del olvido, que si me atengo a lo que ha sido mi modo de ver la historia venezolana pos-independencia, la de quienes conozco y podría decir que la de mi generación –y de las que han seguido–resulta lógico que una personalidad como la de Arévalo González no figure entre la constelación de referencias que se nos presentan para entender mejor lo que hemos sido. Porque su legado, como ya he dicho muchas veces, es de carácter ético; su actuación estuvo motivada por principios. Y aparte de que en nuestra educación temprana se nos hablaba sólo de la etapa heroica, auténtica o disminuida, de la Guerra de Independencia, cuando correspondía hablar de los inicios republicanos, más que de los fundamentos de una ética republicana, se hacía referencia a la lucha de más de cinco décadas entre facciones que se suponía constituidas a partir de ideas y principios que solo se enumeraban, lo cual es casi lo mismo que ignorarlos. En resumen, la narración predominante sobre el período republicano, la que recibí yo y mis compañeros de generación, se atiene sobre todo a los hechos, sólo marginalmente a las ideas que orientaron a los distintos grupos de opinión que los impulsaron. Ideas que muchas veces se usaban como pretextos sin realmente examinar sus consecuencias, por lo cual muchos se autocalificaban, sin serlo, de liberales o conservadores[5] –federación o centralismo– movidos más bien por conveniencias y apetitos que por las ideas que decían orientarlos y muy pocos sabían explicar. Y los hechos son, vuelvo a decirlo, un batiburrillo de difícil comprensión que se examinaba muy superficialmente. Si como excepción en ese escenario borroso puedo referirme en mi caso personal a la admiración que me inspiró Fermín Toro (1806-1875), se lo debo a Gonzalo García Bustillos (1929-2004)[6], quien muy jovencito y recién graduado de abogado, durante una suplencia que ejerció estudiando yo cuarto año de secundaria en el Colegio La Salle de Tienda Honda, nos habló con pasión y admiración de este importante personaje, hombre de ideas que además tenía fama de excelente orador. Nos leyó algunos párrafos que afirmaban los principios democráticos del discurso inaugural de Toro en la Convención de Valencia de 1858  https://es.wikipedia.org/wiki/Convención_Nacional_de_Valencia. Lo hizo con vehemencia y destacaba algunos párrafos entre los cuales recuerdo vagamente uno que aludía a quienes como perros famélicos aspiraban a cargos públicos para robar el dinero del pueblo. Y podría explicarse esta excepción porque García Bustillos era en ese momento –1954– un opositor activo a la dictadura de Pérez Jiménez y a través de las palabras de Fermín Toro buscaba despertar en nosotros el celo democrático.

Fermín Toro. Retrato de Antonio Herrera Toro (1897) (Internet)

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Celo era precisamente lo que movía a Arévalo González, con la característica fundamental de que Arévalo nunca tuvo una figuración en la marcha institucional de la república distinta del alcance de su modesta labor de periodista. No formó parte de los principales partidos en liza –liberales y Conservadores– ni se vinculó a grupos de opinión o mundillos intelectuales[7]. En resumen, no participaba de modo activo y comprometido en conexión con allegados que se apoyan mutuamente siguiendo el patrón típico de la sociedad venezolana. Mundillos que en el lenguaje coloquial nuestro se denominan roscas. Grupos mayores o menores análogos a los que abundan en la adolescencia y definen muchas cosas –quien es y quien no es– en el espacio provinciano de relacionados, amigos o amigotes, que terminaban –y terminan hoy por igual– decidiendo muchas cosas en los medios políticos de una sociedad inmadura. Sociedad que demuestra su fragilidad y su ausencia de espesor cultural al cultivar lo que se ha llamado el amiguismo, origen de muchos males aún en la Venezuela contemporáneaY allí tocamos tierra, porque según lo que puede leerse en sus Memorias, el carácter puntilloso de Arévalo González –siempre insistiendo en sus principios– lo mantuvo alejado de las distintas roscas perdonavidas y excluyentes del tiempo en el que vivió. ¿No es este andar solo algo que usualmente entre nosotros programa o impone el olvido? ¿No podemos acaso decirlo a partir de la experiencia de nuestras vidas?

Antonio Leocadio Guzmán, uno de los fundadores del Partido Liberal venezolano. Retrato de Martín Tovar y Tovar. Su hijo, Antonio Guzmán Blanco, como Presidente de Venezuela fue un autócrata manipulador disfrazado de demócrata. Y se enriqueció groseramente (Internet)

Tomás Lander (1787-1845) fue también uno de los fundadores del partido Liberal (Internet)

Bandera del Partido Liberal de Venezuela.

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La mixtificación de nuestras herencias históricas se ha hecho corriente entre los jerarcas del Régimen que hoy ahoga a Venezuela y para ello ha contado con el aporte de su intelectualidad cómplice, muestra clara de su mediocridad e ignorancia selectiva. Se ha centrado con frecuencia en la manipulación interesada de los motivos que rigieron los actos de algunas de las figuras del pos-independentismo y particularmente en los acontecimientos bélicos en los cuales participaron. La violencia armada se presenta como una especie de necesidad coyuntural cuya inevitabilidad exige aceptación y por supuesto justificación. Y así se habla de un acontecimiento que marcó mucho los acontecimientos del tiempo de Arévalo y que con justicia puede considerarse la insensatez colectiva mayor de nuestra historia si no incluimos la que ahora estamos sufriendo: me refiero a la llamada Guerra Federal. Ella se describe y se comenta en términos militares de enfrentamientos entre enemigos sin destacar la inmensa torpeza moral que fue, las tragedias que desencadenó. Y su futilidad, en particular a la vista de lo que ocurrió después de concluida: continuaron, incluso con mayor fuerza, los vicios que se querían derrotar y el federalismo político e institucional fue en realidad letra muerta, la guerra no sirvió ni para justificar su nombre. Fue insensatez como es insensatez toda guerra. Y me refiero a ella de modo específico porque sólo es ahora cuando leo en las memorias de Arévalo González de manera clara, una condena al absurdo que fue, juicio que deja de lado cualquier comentario atenuante que intente justificarla aún parcialmente: …Fui, pues, engendrado y concebido en días calamitosos, cuando nuestra desventurada Venezuela estaba dando traspiés, aniquilada, desangrada, empobrecida, recién salida de una guerra de cinco años, que tronchó un sinnúmero de vidas, que, vorágine tremenda, devoró riquezas y riquezas; todas las riquezas acumuladas por la laboriosidad de los hijos de esta tierra tantas veces empapada en sangre de hermanos[8]

Y lo irónico, lo que debería hacernos reflexionar, es que quienes han justificado la Guerra Federal como manifestación de una violencia justiciera o porque ven que lo que cada bando decía defender es una temprana escenificación de la lucha cruenta entre buenos y malos que promueven, son los mismos que hoy han destruido a Venezuela. Los mismos que en nombre de una sedicente revolución que anida en sus almas –un poco frustradas– justifican la iniquidad y se han hecho cómplices de la indignidad que actualmente padecemos. Son los descendientes directos de quienes quisieron callar a Arévalo González.

Acuarela de autor desconocido (1860), probablemente un viajero extranjero, representando soldados federalistas durante la Guerra Federal (1850-1863) (internet)

[1]He usado muchas veces esta frase para designar el acontecer, el devenir histórico de cualquier sociedad. Lo tomé de la obra Principios de la Ciencia Nueva (1725) del filósofo napolitano Giambattista Vico (1680-1744) que leí hace muchos años. Me llevó a ella un ensayo (no recuerdo el título, tal vez fue La Expresión Americana) del escritor cubano José Lezama Lima (1910-1976). De cuya obra sólo puedo decir además de elogiar ese excelente ensayo, que intenté leer su novela Paradiso y me fue imposible.

[2]Estuvo primero en el Castillo de San Carlos de Puerto Cabello, luego en El Morro de Puerto Rico y finalmente en La Carraca desde fines de 1814 (murió en Julio de 1816).

[3]La Asamblea Médica Mundial  AMM adoptó en 1991 la Declaración de Malta en la cual instruye sobre las medidas a tomar respecto a la Huelga de Hambre (Internet)

[4]Así la define Wikipedia:La resistencia pasiva está basada en la doctrina de la no violencia la cual es descrita como: una ideología que representa toda una propuesta en positivo para entender los conflictos y transformar la sociedad. Desde una perspectiva no-violenta, los avances históricos de la humanidad han sido posibles por su capacidad de evolucionar cooperativamenteLa Resistencia pasiva se define a su vez así: La resistencia pasiva o pacífica es una forma de lucha política, basada en la doctrina de la no violencia, consistente en diversos tipos de acciones pacíficas hostiles al poder político, tales como la desobediencia civil, manifestaciones y marchas pacíficas, encierros voluntarios…

[5]Lo mismo que ocurrió cien años después entre adecos, supuestamente social-demócratas, y copeyanos, supuestamente social-cristianos.

[6]Vinculado al partido social-cristiano Copei desde muy joven. Abogado, Hombre culto, de ideas, muy discursivo y cordial, fue Embajador de Venezuela ante la OEA, Embajador en Cuba y Ministro de la Secretaría de la Presidencia en el gobierno de Luis Herrera Campins (1979-1984).

[7]Fundó una revista literaria, Atenas, pero la manejaba más como administrador y garante de su publicación que como integrante de un grupo literario.

[8]Pág. 86 de las Memorias

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (4)

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Oscar Tenreiro

Incluyo aquí la carta-telegrama que envió Rafael Arévalo Gonzalez el 25 de Febrero de 1928 al dictador Juan Vicente Gómez pidiéndole la libertad de los estudiantes universitarios presos en el Castillo de San Carlos de Puerto Cabello. Algunos la habrán llamado ingenuidad; creo que es más bien como dije al comienzo de estas reflexiones, un espejo en el cual el tirano vio reflejado su cinismo. Y descargó su ira enviándolo a prisión y acelerando su muerte.
Mencioné esta carta en la segunda entrada sobre Arévalo González. el pasado 31 de Enero

Las Memorias de Arévalo González permiten conocerlo mejor. Ayudan a clarificar su conducta y acercarse a su pensamiento. Por estar inconclusas sin embargo, dejan en suspenso muchas cosas y dan la sensación de cierto desorden que incomoda la lectura. La edición de 1976 que tuve a mi alcance y he comentado, da la impresión de haber sido llevada a imprenta con cierto apresuramiento porque el texto está en un solo bloque, sin separación de párrafos según temas y con no pocas repeticiones, con el agravante de que no siguen una sucesión cronológica clara. Por momentos uno se pierde entre los episodios que se narran. Defectos que llevaron a la realización en los años noventa de una segunda edición financiada por la Fundación Ricardo Zuloaga y dirigida por Luis Enrique Alcalá. No me fue posible tener acceso a un ejemplar de esta edición, pero por Internet puede llegarse a una versión enpdfcuya lectura recomiendo a pesar de los problemas ya mencionados, superados los relativos a la organización del texto http://revistasic.gumilla.org/wp-content/uploads/2015/06/Memorias-R.-Arévalo-G.pdf. No puede decirse que se trata de una pieza literaria con especiales méritos, pero sí revelan un deseo de comunicación asumido con mucha sinceridad que ayuda a situar a Arévalo en su contexto y penetrar sus intenciones a la vez que sus limitaciones. Todo lo cual sumado a la espontaneidad de la narración tiene la virtud de vincularnos directamente a la persona que escribe, reproduciendo el siempre presente milagro de la palabra impresa: hacernos compañeros, distantes o próximos, del autor. Fueron escritas, como ya he mencionado, un par de años antes de su muerte, lo cual se muestra en los párrafos dedicados a las omisiones de la sociedad venezolana de entonces respecto a la situación del país bajo Gómez.

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Rafael Arévalo González, probablemente antes de su tercera prisión gomecista.

Elisa Bernal, esposa de Rafael Arévalo González (esta foto y la anterior son tomadas de la biografía de Arévalo por Mariela Arvelo)

Y al decir que las Memorias no son una pieza literaria se puede entender parcialmente la distancia que los historiadores de la cultura han tomado respecto a Arévalo González. En primer lugar, por sus imperfecciones literarias, que en algunas partes le da al texto un tono como de relato doméstico, imperfecciones sin embargo muy explicables si tomamos en cuenta las circunstancias en las cuales las escribió, recién salido de una nueva y última prisión, pobre y casi menesteroso, la salud afectada, marcado por la impresión de que el régimen dictatorial, usando sus mismas palabras, parecía eterno. Eran apuntes que esperaban una revisión que la enfermedad terminal hizo imposible.

Aparte de eso están los comentarios que han llegado hasta nosotros sobre las novelas que siendo muy joven escribió –Escombros (1892) y Maldita Juventud (1904)–ambas publicadas por él mismoy la primera vendida enteramente según él lo dice en las Memorias [1], comentarios que no son favorables y podrían considerarse negativos[2]. Y es que puede decirse con la información que existe, que Arévalo, seguramente por ausencia de suficiente espíritu crítico, específicamente literario, cometió el error de abordar el género de la novela –­tan complejo, tan difícil– desde una perspectiva excesivamente pedagógica, persiguiendo un objetivo que podríamos llamar moral en el caso de Maldita Juventud, y ético-político –siempre su preocupación– en Escombros, ambos objetivos en verdad abiertamente ideológicos, como incluso el título de cada novela lo sugiere. Escribió la primera cuando apenas tenía veintiséis años en tiempos del presidente Raimundo Andueza Palacio cuyos afanes continuistas combatió –según él, dejó a Venezuela en escombros [3]– y la segunda a los treinta y ocho años, en La Rotunda en condiciones muy adversas a raíz de su experiencia al ser hospitalizado, llevado desde la prisión al Hospital Vargas de Caracas[4]por padecer escarlatina. En el hospital, escribe Arévalo,…había visto…de cerca en el salón de sifilíticos, donde sin serlo fui alojado… las manifestaciones externas de esa terrible enfermedad. Tuvo además el proyecto –que interrumpió– de escribir otra novela con el título Quien siembra vientos, a fines de 1923, recién hecho preso como sospechoso (¡!) de haber participado en la conjura que llegó hasta el asesinato de Juan Crisóstomo (Juancho) Gómez, hermano del dictador, asesinato nunca aclarado totalmente, uno de los incidentes más confusos de la política venezolana, muy propio de la oscuridad del autoritarismo. También Arévalo González escribió un libro, Apuntaciones Históricas [5],que se publicó por capítulos en Atenas [6] la revista literaria que fundó y sobre la cual me extenderé un poco. En la versión como libro, publicada en 1913, agregó un cierto número de ensayos[7]. Sobre este libro no existen, que hayan llegado hasta hoy, comentarios que alienten su lectura. Agreguemos a estos aportes literarios la publicación en 1933[8]recién salido de su última prisión en La Rotunda, de su traducción del inglés –aprendió el idioma como autodidacta– hecha durante su tiempo de cárcel, de la novela de corte policíaco Aventuras de un ex-presidiario del muy prolífico escritor británico (una especie de antecesor del belga Georges Simenon (1903-1989), escritor al por mayor, de centenares de novelas de misterio) Edward Phillips Oppenheim (1866-1946) https://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Phillips_Oppenheim un hecho cultural sin duda alguna, que si podía ser visto con menosprecio en el mundillo de los apóstoles caraqueños del modernismo [9]literario á la Ruben Darío, era de importancia en un medio tan limitado culturalmente, tan estrecho e inseguro. Pues bien, nada se menciona sobre esto en los recuentos históricos.

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Y porque tiene importancia especial dada su conexión con las inquietudes culturales del momento –lo que queremos destacar– es esencial decir que Arévalo González funda en 1908 una revista literaria, Atenas, que después se transformó en 1915, en Revista de Ciencia y Arte, en la cual colaboraron, especialmente poco después de su aparición, importantes figuras de la intelligentsia literaria venezolana. Atenas era quincenal y deja de publicarse en 1921 poco después de la muerte de Elisa su esposa, quien la administraba y de las ventas directas o por suscripción podía obtener algún sustento para ella y sus numerosos hijos durante las prisiones de su esposo. Estuvo publicándose durante doce años hasta 1921 con una interrupción de un año durante 1909[10], persistencia en el tiempo que no es nada desdeñable. Con la interrupción en 1915 de la publicación de la muy reconocida revista literaria, políticamente neutral, El Cojo Ilustrado, fundada en 1892, queda Atenas como única revista cultural en Caracas. En el primer número hay un texto titulado Propósitos[11]que define las intenciones de la revista: Sí; aspiramos a que los hombres de ciencias y de artes, vean en esta publicación un mensajero de vastos alcances, capaz de esparcir por toda la República y aún más allá de las fronteras, cuanto conciban…y puedan expresar sus plumas para apresurar el progreso moral y material de Venezuela…Y luego menciona a los colaboradores, entre los cuales hay nombres que habrían de sonar mucho, entre otras razones porque se los vincula con el mundo cultural –literario– de más alto nivel de entonces: Rufino Blanco Fombona, Pedro Emilio Coll, Esteban Gil Borges, Manuel Díaz Rodríguez, Andrés Mata, Santiago Key Ayala, Francisco Pimentel y Luis Manuel Urbaneja Achelpohl.  Atenas estuvo activa durante mucho más tiempo que la revista Cosmópolis, muy mencionada en los recuentos sobre literatura porque se le atribuye la introducción del modernismo en Venezuela: nombrarla a propósito de la renovación literaria venezolana es casi un lugar común. Y Cosmópolis fue fundada en 1894 –duró sólo hasta el año siguiente–precisamente por dos de quienes Arévalo cita como colaboradores de Atenas: Pedro Emilio Coll y Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, además de Pedro César Dominici. Es obvio asumir que una persona tan celosa de su proceder como Arévalo González tuvo contacto personal con cada uno de los nombrados para pedirles que lo acompañaran. Y si entre los colaboradores figuran dos de los responsables de haber fundado 15 años antes una revista literaria promotora según los comentaristas de un movimiento literario, puede concluirse en que la figura de Arévalo tenía capacidad de convocatoria entre los más exigentes ¿No es este hecho suficiente para que Atenas –y su fundador– no se hayan evaporado de los recuentos histórico-literarios al uso?

Portada de El Cojo Ilustrado, de 1905.

Reproducción tomada de la Biografía de Arévalo González escrita por Mariela Arvelo

Pedro Emilio Coll (Internet)

Manuel Díaz Rodríguez. En sus Memorias Arévalo González dice que Díaz Rodríguez estaba siempre en actitud “de dar lecciones” Tal como en esta foto.

Francisco Pimentel (Job Pim)

Luis Manuel Urbaneja Achelpohl

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El clima político en el cual Arévalo decide fundar la revista era de optimismo y confianza en que se estaba iniciando una etapa más alentadora: se salía de una dictadura que, a pesar de la estima que le tienen los anti-imperialistas acartonados y esquemáticos a causa del famoso incidente de la deuda externa[12], era vista en general como un yugo autoritario personalista y corrupto que cesaba con la toma del poder por Gómez, quien por su parte daba espacio para pensar que establecería las bases de un ejercicio democrático. Era un momento pues de prudente confianza; y en los editoriales que redactaba para El Pregonero y que Arévalo comenta en sus Memorias  se puede notar que le daba al nuevo gobierno el beneficio de la duda.

Pero las expectativas de Arévalo González con la revista y su relación con la intelligentsia de entonces iban a cambiar. Todos los colaboradores que mencionó[13]en ese número introductorio de Atenas, con la única excepción de Urbaneja Achelpohl quien parece ser que se ubicaba al margen de la política, es decir, era un indiferente o más bien cuidaba sus espaldas y sus intereses; todos esos colaboradores digo, en los años que habrían de seguir, de una forma u otra, se convirtieron en gomeros, como se les decía en la Venezuela de entonces a los participantes cercanos o lejanos, como funcionarios o como favorecidos, de la longeva dictadura de Juan Vicente Gómez. Compruebo con estupor que sólo uno de los nombrados, Francisco Pimentel (1889-1942) (quien usó el seudónimo Job Pim como humorista), fue opositor abierto a la dictadura. Muchos se hicieron diplomáticos porque era usual ofrecerlos para ganar su silencio. Castro le ofreció cargos a Arévalo, entre los cuales cita en sus Memorias varios, dos de los cuales me parecen significativos por su importancia: el Consulado en Le Havre, Francia, y la Presidencia del Estado Zulia. Ambos los rechazó con argumentos que necesariamente lo marcaban. ¿Cuántos de los colaboradores iniciales de Atenas, luego sujetos de favores, iban a apoyar abiertamente la revista fundada y manejada por un adversario moral de primer orden de la dictadura gomecista? ¿Cuántos de entre ellos superarían el miedo de ser vistos en mala compañía [14]?

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Así habla Arévalo del miedo en sus Memorias poco antes de su muerte (Pág. 286):…tuvo mucha razón Pío Gil[15]cuando opinó que la gran enfermedad nacional es el miedo, y como una comprobación de lo que he dicho en diversas ocasiones; que no son los asalariados de la clase baja, sino los prohombres de la clase directiva los que tienen la culpa de que en Venezuela se hayan sucedido y arraigado, una tras otra, tantas tiranías. Cuando entre nosotros se habla del atraso de nuestra Patria …se añade que esto sucede porque nuestro pueblo no está preparado. Y en este caso se quiere expresar con el vocablo pueblo, no el conjunto de todos los habitantes, sino a los obreros, a los jornaleros, a los peones …Pero es el caso que en las muchas manifestaciones cívicas que en mi larga vida pública he presenciado no he visto hombres de pro, de los que usan frac, sino hijos del pueblo de los que usan blusa…Que nuestro pueblo no tiene la requerida preparación ciudadana; que no conoce ni sus derechos ni sus deberes y que por esto no podemos librarnos de los absolutismos; pero ¿no los conocen los Grisanti, los Arcayas. los Díaz Rodríguez, los Gil Fortoul, los Vallenilla Lanz, los Gil Borges, los Carlos Borges, los Andrés Mata, los Andrés Vegas, los Dominicis, los Pedro Emilio Coll, los Eloy González, los Fernández García, los Antonio Alamo y tantos y tantos (¡legión!) que con su prestigio científico, literario y social, han dado el mejor apoyo al despotismo horrendo y, al parecer, eterno de Juan Vicente Gómez?…Cuando Chocano[16]vino a Caracas dijo que, habiendo visto en torno de ese tirano a todos sus compañeros de El Cojo Ilustrado que eran la flor y nata de la intelectualidad venezolana, pensó que el gobierno que tenía Venezuela era lo mejor que podía tener, ¿Cómo pensar de otro modo? ¿Cómo admitir la prostitución moral de toda una generación de intelectuales? ¿Que no todos hemos nacido para mártires? ¿Que el espíritu de sacrificio no se da silvestre? ¿Y quien pretende tanto? Basta con que les hagan el vacío a los malos gobiernos. No se les exige que luchen hasta estrellarse; pero que siquiera se abstengan de poner sus luces, sus célebres nombres, y su prestigio social al servicio de gobiernos que deshonran cuando se los sirve.

 ¿No nos habla este lamento a los venezolanos de hoy?

[1]Pág 140 de la edición de 1977)

[2]En el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, la entrada sobre Arévalo González, redactada por Roberto J. Lovera de Sola dice: Su obra propiamente literaria resulta discutible. Sus novelas …resultaron fallidas pues en ellas vertió, respectivamente, sus preocupaciones sobre la corrupción política durante el régimen de Raimundo Andueza Palacio y su angustia ante el contagio de las enfermedades venéreas; no son obras de imaginación pura sino trabajos en los cuales la creación está contaminada con las tesis que el autor sostiene en ellas

[3]¿No nos dice algo a  los venezolanos de hoy?

[4]Pág. 196 de las Memorias. Fue escrita en La Rotunda, durante la última prisión bajo Castro que sufrió Arévalo González. Con la fecha de publicación de la novela puede pensarse que Arévalo salió de la prisión en ese mismo año 1904. No hay otra fuente a la mano para deducirlo.

[5]Mariela Arvelo sugiere en su biografía que hay material para un segundo tomo de Apuntaciones Históricas.

[6]Atenas era quincenal y deja de publicarse en 1921 poco después de la muerte de Elisa Bernal de Arévalo quien la administraba y sobrevivía económicamente, con sus diez hijos, ayudada por las ventas directas y por suscripción.

[7]Consideraciones ingenuas, El ciudadano esclarecido, Réplica a un amarillo, y Contestación a Tavera Acosta- pág. 107 de la biografía de Mariela Arvelo

[8]Deduzco la oportunidad de publicación por una imagen de la portada del libro que aparece en la biografía de Mariela Arvelo  (pág. 106) con la fecha 1933.

[9]https://es.wikipedia.org/wiki/Modernismo_(literatura_en_español)

[10]Biografía de Mariela Arvelo Pág. 116

[11]Op, Cit. Pág. 114.

[12]Me refiero al famoso (en Latinoamerica) Bloqueo Naval a Venezuela https://es.wikipedia.org/wiki/Bloqueo_naval_a_Venezuela_de_1902-1903motivado por la negativa coyuntural de Cipriano Castro a pagar la deuda externa venezolana, que convirtió a Castro durante unos meses en un héroe nacional cuya figura se exaltó en el continente. Pasó de despreciable dictador que oprimió y trató a Venezuela como su propiedad, buen antecedente de Gómez, en un postizo líder de la dignidad tanto entonces como sobre todo para los historiadores marxistas del siglo-veinte pos-dictaduras-venezolanas, que le perdonan las peores cosas a quien se enfrente, aunque sea de mentirillas, al Imperio. A Castro el marxismo le perdona todo por la famosa proclama que comienza: La planta extranjera…tal como hoy en día perdonan la corrupción política y moral de la llamada revolución bolivariana porque se viste con el barniz anti -norteamericano.

[13]Mariela Arvelo sólo menciona algunos, los que transcribí; pero hay otros menos sonoros.

[14]En la pág. 284 de las Memorias, Arévalo narra el celo, hasta con explosiones de ira, del Dr. Carlos F. Grisanti, quien iba a tener importantes responsabilidades diplomáticas bajo Cipriano Castro, para que no vieran entrar a su casa, con la revista, al repartidor de Atenas. Con Gómez Grisanti hasta llegó a ser  Presidente del Congreso títere, en 1922.

[15]Pedro María Morantes (1865-1918), abogado, escritor y polemista político que se opuso personalmente a la dictadura de Cipriano Castro. Escribió al respecto dos libros, El Cabitoy Cuatro años de mi cartera, casi de carácter panfletario, que denunciaron la corrupción de ese Régimen y sobre todo de su máximo responsable.https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_María_Morantes

[16]José Santos Chocano (1875-1934) poeta peruano conocido como “el cantor de América”, según Wikipedia su vida fue rocambolesca y estuvo ligada a la de los dictadores y los caudillos latinoamericanos de su tiempo.

RAFAEL ARÉVALO GONZÁLEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (5)

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Oscar Tenreiro

Si la conducta de Arévalo disparaba la mala conciencia política de quienes figuraban en la cima de la vida literario-cultural venezolana de su tiempo, pienso que igualmente los distanciaban de él dos prejuicios.

El primero sería la distancia con la cual se tiende a ver el ejercicio del periodismo desde los medios literarios. En el pasado, entre escritores, el periodismo era considerado como una actividad menor que roza desde fuera los límites de lo propiamente literario. Es sólo en el último medio siglo que se acepta la visión, el tono e incluso la técnica periodística como un género literario de pleno derecho[1]. Ese prejuicio tradicional se muestra en un pasaje del libro de Mariano Picón Salas Formación y Proceso de la Literatura Venezolana de 1940[2], a propósito del juicio del crítico y escritor Julio Planchart Loynaz (1885-1948) sobre la novela Peoníade Manuel Vicente Romerogarcía, novela que continuamente se menciona en Venezuela como la primera novela criolla[3]. Dice Picón Salas lo siguiente: Planchart arguye bien que la improvisada cultura de Romerogarcía y su tendencia al periodismo hacen de Peonía una obra heterogénea…frase que deja en evidencia que Planchart considera al periodismo –y Picón Salas parece asentir– escribir para la noticia, para la actualidad, para la polémica, para la denuncia, una actividad que puede actuar como deformación profesional que resta rigor a las formas literarias y en cierta manera actúa como peso muerto –tendencia– que restringe la libertad expresiva del escritor. El periodista pues, en esos tiempos de fines del XIX y principios del XX era visto como una especie de pariente del escritor, lejano y de valor menor. Los escritores pertenecían a un espacio cultural con raíces mucho más firmes que estos escribidores de actualidad y noticias. Tal vez por eso fue que Arévalo Gonzalez escribió sus dos novelas y sus Apuntaciones Históricas: para superar las barreras que lo separaban del mundillo de los escritores. Y si la aparente debilidad formal de ambas novelas –que ha trascendido–no lo ayudó, eso no demerita su huella como hombre de la cultura comprometido a fondo con la escritura como medio de participación en el intercambio social de un país que nacía.

Foto tomada por mí de Mariano Picón Salas, en París en 1959.

Julio Planchart Loynaz (1885-1948)

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Hay un segundo prejuicio que se muestra en la primera parte de la frase de Planchart sobre Romerogarcía, cuando dice su improvisada cultura. Adjetivación a la cual puede responderse diciendo que toda cultura personal tiene algo de improvisación: asomarse al muy vasto universo de la cultura exige llenar lagunas, suplir limitaciones, abrirse a lo sorpresivo, correr riesgos de no entender: ser capaz de improvisar. Y puede agregarse, además, oponiéndose al argumento de Planchart, que las virtudes culturales no necesariamente suman valor a lo que se escribe. De modo que lo que en realidad está haciendo el crítico con la argumentación comentada por Picón Salas, es buscar un modo elegante para distanciarse de Peonía y de su autor. Con lo cual nos da claves para inferir que la intelligentsia literaria-cultural podría haber visto a Arévalo González de modo análogo.  Porque Romerogarcía era, como Arévalo González, telegrafista; y también como él, había abandonado sus estudios universitarios. No eran viajados porque no tenían los medios para ello, ni se habían paseado por cenáculos del extranjero. Ambos fueron autodidactas, se cultivaron a sí mismos mediante la lectura y el ejercicio de la escritura, apoyándose, además, en una muy activa curiosidad cultural, muy evidente en Arévalo. Fueron amigos hasta que Cipriano Castro los separó. Por haber sido nada menos que Jefe del Estado Mayor de las milicias con las cuales Castro avanzó desde el Táchira hasta Caracas a la cabeza de su Revolución Restauradora, Romerogarcía frecuentaba las altas esferas, y eso le permitió actuar como mediador en los intentos de Cipriano Castro de granjearse el apoyo de Arévalo González. Habló con él sobre ello al menos en un par de oportunidades para recibir un drástico rechazo[4], actitud que los enemistó. Así fue al menos durante los primeros meses de la dictadura porque en 1902 Romerogarcía se hizo disidente y se fue al exilio[5].

Caricatura de Manuel Vicente Romerogarcía. La Mamola era un diario donde colaboraba.

Romerogarcía podía ser visto entonces por la gente de los mundillos o por un crítico literario, como un simple telegrafista sin roce académico. Tal como podía verse a Arévalo, quien igualmente era sospechoso de cultura improvisada. Y a pesar de que dejó una indiscutible huella como escritor-periodista en la sociedad venezolana de entonces, siempre quedaba espacio para no considerarlo parte de los cenáculos literarios más vanidosos, aparentemente más al día, ideologizados respecto a como debía escribirse –el modernismo o la visión positivista por ejemplo– lo cual probablemente Planchart consideraba más representativo o interesante para un crítico.

Si se toman en cuenta las imprevisibles vías que en los mundillos literarios siguen las desbordantes autoestimas –el ego– de cada quien, no es improbable que se haya querido mirar en menos a Arévalo desde el punto de vista intelectual y cultural. Que se lo haya querido mantener a distancia. Su andar solo pues, al cual me he referido, aludiendo a que no formó parte de las roscas políticas, se aplica con parecida razón a las roscas literarias.

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Y porque la historia, incluyendo la cultural, se escribe generalmente partiendo de las historias o recuentos existentes, yendo a las opiniones de los contemporáneos y si se habla de literatura leyendo lo que el consenso general recomienda leer; por todo lo que hemos dicho Arévalo González quedará siempre un poco lejos, en segunda fila. O desaparecido hasta el punto de que Picón Salas ni siquiera se tropezó con él en sus investigaciones para su libro sobre Cipriano Castro. Y así mismo ocurrirá con El Pregonero, pese a su importante tiraje (Arévalo habla de veinte mil ejemplares, cifra muy[6]sustancial para lo que era Caracas a comienzos del siglo XX), porque su tónica editorial siempre principista y anti-gubernamental, sujeta permanentemente a presiones autoritarias, exige ponerlo un poco lejos como para ser equilibrado, sobre todo si el historiador no escribe como ideólogo de un sesgo sino buscando objetividad o neutralidad. Esa neutralidad la quiso buscar –en mi opinión– Manuel Caballero al ver desde bastante lejos a Arévalo, como ya comentamos, en su libro sobre Gómez. Y me parece que por las mismas razones Polanco en su biografía del dictador –que también cité– cuestiona su conducta. En cuanto a El Pregonero, el diario venía herido de muerte desde los tiempos de Castro, con su director en La Rotunda varias veces y Odoardo León Ponte, su dueño, exiliado en Panamá donde murió repentinamente en 1905. Desde entonces el diario quedó en manos de sus herederos, su publicación interrumpida por las represalias, Arévalo González varias veces en prisión, hasta que, ya en los tiempos de Gómez –el objeto de estudio de ambos historiadores– cierra sus puertas definitivamente el 11 de Julio de 1913 al comienzo de la más larga prisión de Arévalo.  En esa oportunidad el diario fue allanado y se destruyeron los ejemplares de la edición del día salvándose sólo unos pocos porque –se dice– los escondió uno de los muchachos de venta al pregón. Abrupto cese que ausenta al diario del panorama político de un Régimen que duraría 22 años más, al tiempo que su director pasa quince años en prisión sin figuración alguna en el juego político bajo Gómez. Olvidado hasta el punto que Polanco, Caballero y muchos más pasan por alto la particular trascendencia de la actitud de resistencia pasiva que ya hemos comentado. Omisiones históricas, una por distancia, otra por silencio, que son frecuentes en sociedades frágiles e inmaduras como la nuestra: cosas importantes se olvidan, documentos se destruyen, memorias se pierden, versiones de lo ocurrido se establecen aún siendo incompletas o abiertamente falsas.

El Pregonero. Primera Página de la edición que lo sacó de circulación el 11 de Julio de 1913.

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¿Qué lleva a un hombre como Arévalo González a convertirse en defensor de una moral pública, de una ética republicana, de un proceder afirmado en una idea superior de clara raigambre cristiana definida hoy como el bien común? ¿Cómo explicarse que su celo moralista haya sido de tal género como para, además de defender sus puntos de vista en clave académica o puramente intelectual haya querido hacerlo en forma pública corriendo los riesgos típicos de un país donde campeaba la barbarie política, riesgos que lo llevaron a sacrificar su propia vida?

Es del proceso de búsqueda de respuestas a estas preguntas de donde más obtenemos enseñanzas de Rafael Arévalo González.

Si comenzamos por la última, podemos suponer que Arévalo actuaba por convicciones con raíces religiosas. Cuando era joven, sin embargo, no sólo no era religioso sino que en cierto modo hacía notar su ateísmo. Fue progresivamente que se convirtió en creyente. De este modo se expresa en sus Memorias[7]: …Era yo entonces (en su juventud) un empecinado materialista; no leía sino libros de ateos; casi de memoria me sabía las obras de Luis Büchner, principalmente la titulada ” Fuerza y Materia” [8]…En cierta ocasión me fajé muy bien, y en un artículo me declaré “enemigo personal de Dios”. Ruidosamente me aplaudieron y felicitaron los que eran más mentecatos que yo. ¿Cómo fue mi conversión? La fe no me tomó por asalto el corazón; pasó primero por el cerebro cuando este analizó este sólido argumento de Descartes: ¡Qué mayor absurdo, atribuirle un efecto inteligente a una causa ciega! Esto me hizo meditar. 

También fue masón en su juventud. Lo fue a instancias de su padre. Y para entender algunas cosas del devenir histórico nuestro siempre conviene tener en cuenta que la masonería tuvo muy fuerte presencia en toda América y mucha en Latinoamérica, e igualmente en Venezuela, en tiempos de la lucha a favor de la república y etapas posteriores, cuando la iglesia católica y la masonería estaban enfrentadas en un pulso sordo que se manifestaba a veces abiertamente, como ocurrió en los tiempos del fascismo español. Ser masón en ese tiempo incluso le salvó la vida a Arévalo González, tal como narra en un pasaje de sus Memorias al referirse a un incidente cuando vivía aún en Río Chico y uno de esos caudillos locales que actuaban con su ley personal y disponían de las vidas de los otros quiso tomar represalias con él. Pasó pues por una experiencia muy común, la de dejar atrás las certidumbres afirmadas en una militancia juvenil, para madurar en la reflexión, punto de llegada que no es aventurado atribuir a la soledad y la vulnerabilidad del prisionero.

Porque sin duda hay resonancias religiosas en su riesgosa insistencia en la crítica que en un sentido amplio podría llamarse moral, pero sobre todo las hay en la mansedumbre que lo lleva a soportar la cárcel como si fuese una puesta a prueba de la solidez de sus puntos de vista, evitando en sus alegatos a favor de la posición que sostenía –rasgo admirable– exponer o subrayar los padecimientos a los que fue expuesto, los cuales apenas menciona. Evita así de un modo que parece deliberado que esos padecimientos le envenenaran el alma o sirvieran de abono al resentimiento y la amargura. Porque resulta ejemplar constatar que a lo largo de sus Memorias no sea posible encontrar manifestaciones de odio o imprecaciones a sus carceleros sino más bien vigencia plena de una actitud crítica reflexiva y contenida. Al tiempo que tampoco se dejó llevar por una visión piadosa de sí mismo, una elaboración de sus tropiezos y derrotas como argumentos evangelizadores, rasgo ejemplar en esos tiempos de permanente confrontación del tradicionalismo religioso con la visión positivista.

Símbolo masónico en el billete de un dólar estadounidense. El ojo de Dios, Gran Arquitecto del Universo.

 

[1]La novela A Sangre Fría del estadounidense Truman Capote (1924-1984) concebida como un reportaje periodístico, es una obra pionera de la simbiosis periodismo / literatura o realidad / ficción. Es una de las primeras novelas-reportajes del mundo cultural de los Estados Unidos.

[2]Formación y proceso de la Literatura Venezolana / Mariano Picón Salas / Universidad Católica Andrés Bello / 2010 Reedición a cargo de Cristian Álvarez.

[3]…Peonía tiene un alto valor histórico. Es la primera gran tentativa de criollizar plenamente nuestra novela; de meter la lengua popular en una gran obra narrativa…Op. Cit. Pág 124.

[4]Pág. 166 y siguientes de las Memorias.

[5]Regresó a Venezuela en tiempos de Gómez y debe salir en 1909 de nuevo al exilio a Europa donde se reconcilia con Castro, viaja a Colombia y se radica en Aracataca (el pueblo donde nació Gabriel García Márquez) dedicándose a la agricultura y la destilación de licores. Muere en 1917. Había nacido en 1861.

[6]Pág, 214 de las Memorias.

[7]Op. Cit.Página 24.

[8]Ludwig  Büchner (1824-1899), filósofo, escritor y médico alemán (http://www.filosofia.org/mat/mm1855a.htm). El título de la obra en alemán es Kraft und Stoff publicada en 1854. Se puede leer en Internet mediante el link anterior en versión en pdf. En el prólogo dice Büchner: El único mérito que tiene nuestra obra es el de no negar cobardemente las consecuencias que se desprenden de un estudio imparcial de la Naturaleza, basado en el empirismo y en la filosofía…y más adelante: Nada nos parece más insensato como los esfuerzos hechos por algunos naturalistas distinguidos para conciliar las ciencias naturales con los artículos de la fe religiosa.

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (6)

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Oscar Tenreiro

 Si hubiese dudas sobre la motivación religiosa de la conducta de Arévalo González, basta ir a algunos de los textos que escribió, muestras de un impulso por dotar de un sentido superior –sólo comprensible si lo motiva la Fe religiosa– a su voluntad de enfrentar con estoica resignación la injusticia que se cometía con él. Se deja ver en sus frases, en su modo de expresar en palabras lo que vivía, un anhelo de trascendencia, un deseo de vincular el accidente, el tropiezo, el revés, la derrota en suma, con un destino que supera la vida y lleva hasta el reposo en un espacio último, final, claramente religioso, que le da sentido a sus padecimientos, que los justifica incluso. Lo dice de modo inequívoco en un documento muy personal y a la vez expresivo de lo que vengo afirmando, que es la Carta a mi Nelly. En uno de cuyos párrafos[1]se lee: …ahora que me siento incomparablemente desgraciado, tengo sed de sufrimiento, tengo hambre de padecer aún más, porque una voz en lo interior me dice que nuestro buen Dios, el Dios de la bondad y de la misericordia infinitas, te hará tan feliz como desventurado soy…

Con esas palabras Arévalo González nos ayuda a entender su conducta. Lo que lo indujo a enfrentar resueltamente las consecuencias de su rebeldía cívica se explica no sólo como vigilancia, producto del celo republicano y democrático o auto-otorgado papel moralista, fundamentos de lo que hoy llamaríamos sus objeciones de conciencia, sino también como impulso originado en un compromiso de raíz religiosa. Acepta e incluso desea el sufrimiento porque lo supone compensado por el bienestar espiritual y vital de quien ama; asume el sufrimiento como una forma de redención que comparte con los seres amados en el mismo sentido de una comunión de los santos que actúa al mismo tiempo como herramienta para –en último término– inducir la rectificación de la conducta del opresor. Su modo de actuar se inscribe así en la tradición cristiana del martirio, históricamente asociada a la lucha contra la ceguera arrogante de la tiranía y el poder perverso. Una lucha pasiva que para sostenerla exige un enorme coraje y una ejemplar disposición del ánimo que ha sido comentada, elogiada e historiada desde la más remota antigüedad.

Hemos hablado de la forma como se da su última prisión, cuando envía una carta directamente al tirano pidiéndole muy civilizadamente, muy ingenuamente, con extrema mansedumbre, simplemente la libertad de los estudiantes, mansedumbre que causa la ira del sátrapa y el deseo de castigarlo ejemplarmente, esta vez junto a los estudiantes por quienes abogaba en las mazmorras de una vieja fortificación colonial –El Castillo de Puerto Cabello, donde un siglo antes estuvo Francisco de Miranda– vestigio simbólico de la opresión. Se revela así en Arévalo no sólo una convicción sino una disposición que apunta al martirio: en cierta medida vio el sacrificio de su vida como una herramienta de lucha trascendente, superior a las circunstancias inmediatas de su vida, ya entrado él en un crepúsculo, sin la compañía de la mujer que amó, con sus numerosos hijos luchando por sobrevivir en una sociedad cargada de prejuicios políticos que sólo desaparecieron en su versión más pública – porque siguen vigentes hoy– con la muerte de esa especie de arquetipo del hombre fuerte venezolano que fue Juan Vicente Gómez.

El castillo de Libertador en Puerto Cabello hoy, también llamado Castillo de San Felipe, donde estuvo preso Arévalo González junto con los estudiantes universitarios de 1928 poco antes de su muerte.

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Hay otra vertiente de la dimensión religiosa en el discurso de Arévalo González que tiene un origen más complejo. Ya he aludido al hablar de la no violencia como arma de lucha, a la recurrente pregunta, que tan fuertemente como en ese entonces, nos acosa hoy a los venezolanos: si la violencia es el único medio efectivo para derrotar una tiranía.

Pregunta, si vemos hacia atrás en la historia, que parece contestarse siempre afirmativamente mientras no se examine lo que ha ocurrido en los tiempos posteriores a la aparente derrota, con frecuencia marcados como en el caso venezolano en vida de Arévalo González, por una inestabilidad que engendró nueva violencia. Secuelas que por ejemplo en el ámbito cristiano han disparado muchas reflexiones surgidas de la contradicción entre el mensaje de convivencia y hermandad que sumado a las múltiples consecuencias del episodio evangélico de la otra mejilla fue uno de los pilares de la vertiginosa expansión de la cristiandad, y los abundantes ejemplos históricos de apoyo de las jerarquías eclesiásticas a las guerras religiosas o a una catequesis apoyada en medios violentos. Una contradicción que en tiempos más recientes ha puesto en primer plano el concepto de la no violencia activa respaldado insistentemente por la pedagogía papal [2]emparentado como ya hemos hecho notar con el legado de Gandhi o la búsqueda de reconciliación de un Nelson Mandela. O por supuesto coincidente con lo más característico de la tradición budista, sin embargo contradicha, tal como acabo de decir que ocurrió en el seno del cristianismo, o más bien transgredida, por la actitud actual de algunos monjes budistas en el sudeste asiático –Sri-Lanka, Myanmar– que han promovido la violencia contra los fieles del Islam.

La prisión de Robben Island en Suráfrica, donde estuvo Nelson Mandela durante los primeros años de su prisión de 27 años.

Una concentración organizada por monjes budistas en Birmania (Myanmar) en 2019. La foto, del New York Times, lleva como título “Los budistas que también hacen la guerra”

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Y porque luego de las prisiones que sufrió, ya un hombre maduro curtido por la lucha y conocedor del país, su gente y sus herencias, Arévalo González se convenció de que el verdadero cambio de la situación venezolana nunca se lograría mediante la violencia sino a través de la libre expresión de la suma de las voluntades individuales, es justo destacar que se trata de una visión que si bien es un valor democrático esencial, proviene de una concepción de la posición de la persona humana [3] en la comunidad y de la interacción de la sociedad entera con el poder político, uno de cuyos remotos orígenes, acaso el principal, es cristiano. De ello sabemos mediante el relato de una conversación entre él y un personaje importante de la sociedad del interior venezolano, el caroreño[4]Cecilio Zubillaga Perera (1887-1948) https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/z/zubillaga-perera-cecilio/cuando este último lo visitó en su modestísima casa de Monte Piedad, en los suburbios caraqueños de ese tiempo. El episodio está narrado en la biografía escrita por Mariela Arvelo que ya he mencionado, en el capitulo XX, donde se lee lo siguiente: …llegó a los estudiantes el rumor de que una revolución era inminente(1922, luego de la segunda larguísima prisión gomecista de Arévalo, de la cual había sido liberado en Diciembre del año anterior)…según decían era cosa de días, tal vez de horas, pues todo estaba listo para un golpe de estado que se daría en la capital…Entonces el muchacho (Cecilio Zubillaga)[5]lo visitó en una caseja (sic) donde vivía, situada en los desbarrancaderos del barrio [6], junto a la Estación del Ferrocarril de La Guaira. Lo encontró en su cuarto quebrantado de salud, todavía con la visible secuela de los grillos, echado en una vieja chaise longue, con aquella augusta belleza de su persona física…”¡Ahora sí Don Rafael!  ¡Al fin llegó el momento! Ahora sí saldremos del dictador y sus crueles secuaces. ¡Los vamos a acabar con el Golpe de Estado de los militares! ¡Alégrese maestro! ¿No le contenta la buena noticia que vine a traerle? …Pero para sorpresa del visitante el venerable caballero se incorporó un poco…y dijo así: “¡No, no, no! ¡No, mi amigo! No es nada bueno sino todo malo, lo que usted me trae con su noticia. Yo detesto la guerra por principio. A la guerra le debemos la situación con que tenemos hoy a la Patria. Y mal podemos creer que se remediarán sus males echando mano de ilusorios remedios que han fracasado siempre, después de dolorosísimas experiencias.

Cecilio (Chío) Zubillaga Perera en sus tiempos de estudiante en Caracas. No terminó sus estudios. Fue un autodidacta.

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Puede decirse pues que indagar sobre el sentido más profundo y duradero de la vida de Rafael Arévalo González lleva hacia la dimensión religiosa de su modo de actuar. Y antes de concluir estas reflexiones sobre su vida quisiera ponerla en primer plano. Lo hago a conciencia de que se trata de un terreno difícil, porque si bien se beneficia el rigor del juicio sobre sus modos personales e intransferibles de ver la vida, y por lo tanto de actuar, es un ámbito que evitaban hasta tiempos muy recientes los historiadores académicos: para el laicismo militante décimonónico o los prejuicios del marxismo de derivación populista del siglo veinte, toda mención a lo trascendente ha sido considerada sesgada, subjetiva e inexacta: anticientífica. Sin embargo, la búsqueda más a fondo, el deseo de comprender de modo completo a la persona y las personas, en muchos casos ha ido llevando a la aceptación e incluso la valoración abierta de las motivaciones religiosas en la perspectiva histórica. Ya hoy es simpleza, si no ignorancia, seguir separando lo religioso del conjunto de influencias en el hecho social y personal. Se ha quitado del medio el prejuicio ideológico interesado–obstáculo poderoso en mis tiempos adolescentes– favoreciendo el más amplio conocimiento de la psique humana y colectiva. Se superó un peso muerto que oprimía indiscriminadamente y erosionaba la libertad de juicio y sobre todo empobrecía. Atrás ha quedado con justa razón la visión de los procesos sociales y personales desde un materialismo autosuficiente, arrogante y excluyente, propia de los ideólogos.

Y es a partir de un impulso religioso (aunque este impulso tenga en quien lo experimente un origen no del todo consciente) como se puede entender el martirio como decisión responsable, como acto consumatorio [7]de una búsqueda vital. Sobre el martirio se puede decir y escribir mucho como acto decididamente heroico (lo llamo acto porque me refiero al martirio que se busca, se marcha hacia él, no sólo se espera) que figura en casi todas las religiones como salvaguarda de un más allá venturoso, seguridad del Eterno encuentro. Y debe destacarse que Arévalo, particularmente en su última prisión en el castillo de Puerto Cabello, fue hacia ella voluntariamente. Salió a esperar la muerte apenas dos años después. Hizo lo que hizo a sabiendas de que sería castigado de nuevo: avanzó hacia una forma de martirio. Y cuando el sentir religioso se expresa como olvido del interés y las ventajas personales en provecho de los otros tomando la forma del sacrificio personal, adquiere el peso y la importancia de lo definitivo. El martirio es un acto que se inserta en lo insondable del ser humano. Es irrefutable.

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Cuando la crítica situación que se vive en este momento venezolano pesa en nosotros hasta ensombrecernos el ánimo; cuando esas sombras nos hablan de la falta de límites de la torpeza; cuando los acontecimientos que se suceden en países que presumíamos a salvo del desbordamiento de la insensatez nos dicen que la torpeza es universal; en esos momentos se nos revela con toda su fuerza saber que antes de nosotros hubo muchos que con admirable serenidad enfrentaron de pie la torpeza, el abuso y la arbitrariedad. Lo hicieron sin intentar protegerse de las desventajas personales que les acarrearía su rebeldía. Cultivar la memoria que de ellos tenemos, eso que llamamos el legado, se revela entonces como esencial. Se hace indispensable mantenerla viva como llamado a la conciencia de cada quien para iluminar un poco el camino que debemos seguir hoy. Y si al mirar hacia atrás nos encontramos con que la ceguera frente a lo importante y la falta de interés por los que antes tuvieron la palabra se interpone y desvía la mirada, nos atrapa una sensación de impotencia que nos vemos obligados a suplir, nos invita a llamar la atención. Es por ello que me he empeñado en conocer mejor –señalándoselo a otros– la figura de un hombre que si fue un poco como hemos sido todos, respondió sin embargo a las exigencias de su tiempo de modo excepcional. Y lo excepcional es siempre enseñanza.

 

[1]Pág. 3 del pequeño folleto editado por la familia. Me lo hizo llegar la colega Adina Arévalo Lares.

[2]El Papa Francisco en su Mensaje a la 50 Jornada Mundial de la Paz en Enero de 2017, dice entre muchas otras referencias a la no violencia activa: …cuando la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (Mateo 26,52) Jesús trazó el camino de la no violencia….mediante la cual construyó la paz y destruyó la enemistad. Y más adelante: La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes…(Fuente: Internet)

[3]Este término para diferenciar al individuo como un simple número, de la persona como figura que se perfila singularmente más allá del tiempo, ha sido muy usada por los pensadores católicos de la modernidad, particularmente los neo-tomistas y entre ellos Jacques Maritain.

[4]Caroreño es el gentilicio de los nacidos en Carora, ciudad de mucho abolengo fundada en 1572, ubicada en los llanos centro-occidentales de Venezuela, a poco menos de 500 kilómetros de Caracas. Ha sido una ciudad de establecida tradición cultural. Cecilio (Chío) Zubillaga (1887-1948) es uno de sus próceres culturales y políticos. En tiempos de Arévalo era estudiante de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, estudios que abandonó para hacerse autodidacta. Mariela Arvelo incluye esta anécdota (pág. 190) tan ilustrativa en su Biografía de Arévalo González que he citado varias veces.

 [6]El barrio de Monte Piedad en la zona de Caño Amarillo, Caracas.

[7]Un acto que constituye la finalización de determinados patrones o secuencias de conductas instintivas (definición que proviene de la biología).

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (7)

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Oscar Tenreiro

Si Arévalo González no hubiese escrito sus Memorias, en lugar de estar en un relativo olvido habría casi desaparecido de la constelación de figuras públicas significativas de nuestro pasado inmediato. Esos textos tienen la virtud de permitir el conocimiento de algunas de las principales ideas que motivaron al autor y ayudan a identificar los obstáculos y los estímulos que encontró para el ejercicio de su papel –auto-otorgado como ya hemos dicho– de vigilante de la moral pública. Y a partir de allí se despliega la amplitud de su personalidad y el sentido de su vida. Permiten además conocer mejor el contexto en el cual se movió y, sobre todo en la parte inicial, abre una ventana sobre las costumbres de su tiempo que ha llevado a algunos a llamarlas costumbristas. En realidad, esas Memorias, si dejamos de lado su condición inconclusa e imperfecta, superan al costumbrismo porque parten del deseo de mostrar con una sinceridad casi de confesión personal su desempeño en relación al contexto en el que vivió, dejando fuera la actitud de observación propia del costumbrista– y mas bien asumiendo la de quien conversa en amistad acerca de las cosas de su país, útiles como fuente de reflexión para nosotros hoy.

Me han interesado especialmente las páginas más espontáneas, las que hablan de su vida y el inicio de sus relaciones con el contradictorio mundo de una sociedad que busca el camino[1]: las que se ocupan de los comienzos de su vida activa cuando ya terminado su entrenamiento de telegrafista trabajó en distintos lugares de Venezuela. En parte muestran cómo evolucionó su persona pública desde su adolescencia, porque no es difícil imaginarse a este joven bien parecido, de modales educados y responsable del servicio telegráfico, tal vez la única actividad con cierto dinamismo –tecnología de punta en ese tiempo– que movía un poco a los soñolientos y modestísimos pueblos de una Venezuela rural siempre un poco golpeada por el abandono, en la cual el paludismo acechaba y las familias más pudientes se empeñaban en darse a sí mismas una mínima dignidad que no estaba exenta de un modesto aire de mundo. Ya había sido reconstruida la red que comunicaba a toda Venezuela, muy maltrecha debido a la destrucción a causa de la Guerra Federal y el telégrafo era el único medio de comunicación que conectaba a todo el territorio venezolano, lo cual le confería al servicio una importancia especial, que de algún modo se trasmitía al personal que lo mantenía activo. Ser telegrafista confería una particular distinción moderna, actualizada. Eso, y las conexiones personales que como masón se le ofrecían le daban al Arévalo joven un rango que le permitía sentirse a gusto en sus distintos destinos. Ya mencioné cuales fueron esas ciudades interioranas donde inició su vida independiente: Zaraza, Aragua de Barcelona, Barcelona, Cumaná. Todas ellas de apenas unas cuantas calles que daban estructura a un tejido básico de casas, casonas, la iglesia…y la Plaza Bolívar claro, centros de intercambio para los productos de una actividad rural –agricultura, ganadería, y pesca en el caso de Cumaná– que era sin duda la más importante rama económica de la Venezuela de esos años. Y como él mismo confiesa, su estrategia de forastero era vincularse con lo más granado de las familias de cada lugar, buscando ser invitado a los frecuentes agasajos para superar la modorra provinciana y conocer así lindas muchachas que le alegraban la vida de recién llegado. Este joven soltero bien podía ser candidato –pensarían los patriarcas del lugar– para que la hija en edad casadera conociera a alguien venido de lugares más prestigiosos.

Una modesta y acogedora casa republicana de Aragua de Barcelona, imagen de Internet. Al fondo, antes de la calle, la sala, lugar de las eventuales fiestas.

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Y en su recuento de algunas de las cosas que vivió, es agradable leer como se refiere a dos de sus habilidades de soltero: capacidad de improvisación poética que si no deja de ser cursi como correspondía a los usos de entonces, revela talento y chispa en el uso del lenguaje, y en otro plano más terrenal un particular gusto por el baile que rememora con gracia. Recuerda por ejemplo con toda precisión el vals que bailó con la pareja que le habían asignado en una fiesta en Aragua de Barcelona, hilando su recuerdo con un comentario mezcla de humor y savoir vivre: …Mi primera pareja estaba distante de la belleza, o la belleza distante de ella. Era casi fea; pero cuando, habiéndole ofrecido el brazo, ella lo tomó y se puso en pie, parecióme que se había transfigurado: tenía entonces la majestad de una reina. Luego, desde los primeros compases del vals austríaco Dolores, me imaginaba estar bailando sobre nubes con un hada, con una diosaY bailando con aquella Terpsícore[2]aragüeña diríase que se me había aumentado la destreza…En cierta ocasión me hablaba en Cumaná el General José Victorio Guevara de la asombrosa elocuencia de Fermín Toro y me dijo “Era feo, muy feo; pero en la tribuna se hermoseaba, era bello, muy bello”.

Ese recuerdo de su pareja de baile, del nombre del vals y su posible procedencia https://www.youtube.com/watch?v=sVs782GAEeM, simple anécdota de tiempos de primera juventud, le doy importancia porque despertó en mí varias reflexiones.

Me remonto hasta esa noche de fines del siglo diecinueve en un modesto pueblo de un modestísimo país, donde en la sala de una casa republicana de dos –acaso tres– ventanas (en cada una de ellas, en la acera, la correspondiente barra de curiosos observando la fiesta y esperando el obsequio de cortesía), bailaba este joven venido de Caracas con su poco agraciada pero danzarina pareja, al compás de la música de un gramófono comprado durante la última visita a la capital.  Escena pueblerina que contrasta radicalmente con el escenario que uno también podría imaginarse: el gran salón de algún palacete parisino o vienés donde parejas engalanadas del mundo de la opulencia europea ataviados con la más reciente moda, bailan al compás del mismo vals tocado no con gramófono sino por una atildada orquesta. Y luego del turno de Dolores podía sumarse tal vez el Vals de los Patinadores[3], también de Émile Waldteufel (francés, no austríaco como creía Arévalo, pieza evocadora de los goces invernales) muy popular en todo el mundo y que a mi madre la trasladaba a sus tiempos de soltera. Del otro lado del océano el dorado ambiente, escenario preferido de Guzmán Blanco y sus asalariados principales, sus títeres alebrestados como Andueza Palacio, el rey en ese momento. Aquí, como rudo contraste, una economía primitiva, una sociedad en permanente confusión que como ocurre en cualquier situación de escasez y limitaciones busca la expansión de la celebración social imitando lo que viene de los centros de cultura, sociedad asediada por la ignorancia, la corrupción y la violencia que preparaba el camino hacia las dos dictaduras que sumaron 35 años de abuso del poder, corrupción selectiva, y educación sólo para los privilegiados, además de la represión inhumana apoyada en la tortura física y psicológica de la cual el Arévalo adulto, dispuesto a todo para contribuir a un futuro digno para su país, sería desgraciada víctima.

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Tener el deseo y la voluntad de relatar la propia vida no podía ser un ejercicio fácil para el Arévalo de la vejez. Imaginémoslo escribiendo en la humilde casa de Monte Piedad, suburbio modesto de la Caracas de esos años. Desde ese perdido lugar del trópico, en el pueblo subido de tono que era Caracas, junto a los desbarrancaderos de Monte Piedad –al decir de Chío Zubillaga– en un lugar llamado Caño Amarillo, la voz escrita de una persona agobiada y golpeada por el infortunio, iba a decir muchas cosas. Y tal vez esa esperanza de comunicación que trasciende, fue el origen de la tenacidad de este escritor. Sentado en una vieja chaise longue –siempre siguiendo a Zubillagarecién salido de su última cárcel, con los tobillos aún lacerados por los humillantes grillos, con la salud tocada a causa del padecimiento de la inmovilidad y las condiciones de vida en calabozos que dañan la voluntad y el juicio, en la soledad de su viudez y sus 67 años de edad que debían llevarlo a presentir el fin, escribía diariamente, sin fallar. Resignado tal vez –como podríamos estar hoy– a no ver el cese de la tragedia de su país. Y mientras piensa lo que va escribiendo, privilegio del escritor, cobran vida los momentos de alegría de vivir y de promesa. Porque no es del todo cierto que cuando se tienen muchos años hay una memoria cercana que se evapora y una lejana que se revive sin esfuerzo. Si no se ha perdido lucidez, lo que está cerca, lo del día de ayer, de hace unos minutos, todavía no tiene rostro: aún no ha dejado huella, merece el olvido. Mientras lo lejano brilla y permanece preciso porque dejó una señal en el alma. Y en Arévalo González como en toda persona que mira hacia atrás para buscar el tiempo perdido, buena parte de los episodios que narra de la etapa temprana de su adultez dan la impresión de haber dejado en él huellas que moldearon su carácter. Como cuando describe la rectitud de su padre, cuando habla de su decisión de partir, alejarse, para no herir más a su enamorada, o cuando usa su habilidad social de caballero para ofrecerle oportunamente el brazo para entrar al comedor durante una cena festiva a Elisa quien sería su esposa.  Y es digno entonces de admiración que haya querido comunicarse usando la escritura con los que vendrían después, ya en un país distinto –no por cierto el de hoy–menos cruel con sus hijos. La escritura como única arma (…me llamaban lírico porque he pretendido hacer con la pluma, …lo que otros han intentado llevar a cabo con la espada para sólo caer en charcas de sangre.[4]..) con la cual remontaba el tiempo para asomarse a sus juveniles andanzas, preámbulo vital que antecede a la maraña de intereses encontrados que impulsaron su drama personal.[5]

Foto aérea tomada por mí en 1981 donde se aprecia en primer plano, abajo, Monte Piedad, luego más arriba el Museo Histórico-Militar, antigua Escuela Militar inaugurada a comienzos del siglo veinte y más arriba los bloques de Vivienda del 23 de Enero construidos en 1955. La modesta casa de Arévalo puede haber estado en la calle principal que se ve abajo.

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Hablé al principio de estas líneas del carácter de modelo que para los jóvenes venezolanos de hoy podría tener el legado de Rafael Arévalo González.

Pienso en primer lugar que el modo de ver la vida de Arévalo se resume en unas pocas cosas características de quien está consciente de sus circunstancias y anhela ayudar a transformarlas. No quiere ser un simple espectador. Y si hablamos de lugar, actuó siempre –se deduce de su escritura– motivado por sus firmes vínculos con la tierra en que nació. Fue naturalmente venezolano, tal como si no hubiera habido nunca para él ninguna otra opción: era de aquí sin discusión alguna y aquí se resolvió su vida sin que hubiera pensado arrancar sus raíces de este lugar del mundo.  En su juventud vivió sitios, conoció gentes, anduvo por caminos, estableció afectos que consolidaron su arraigo. Eran tiempos en los cuales las distancias se multiplicaban por la incomunicación física, pero por sobre los obstáculos estaba presente en muchas voluntades el proyecto de darle forma a una nación. Lo que está viviendo Venezuela hoy es una prueba irrefutable de que ese proyecto está todavía vigente y con más fuerza que nunca. Los más jóvenes que quieran superar la masificación informe de quienes se dan por satisfechos con su rutina, hoy sazonada con la apariencia de actualidad de las llamadas redes sociales, harían bien en entender el mensaje de aliento que les da la vida de este hombre sacrificado.

Por otra parte, todo lo que definía la dinámica social en la cual actuaba, estaba firmemente en su conciencia. Ya su participación en el activismo político posterior a la Delpiniada (que no era otra cosa que denunciar el abuso y al aprovechamiento del poder para favorecer intereses personales), indicaba que no era ajeno a lo que ocurría a su alrededor.  Es entonces cuando comienza a tomar forma su disposición a ser actor del proceso de consolidación de los valores republicanos, proceso inspirado en una ética social y política que hizo suya y mantuvo viva a lo largo de su vida mediante la reflexión y el estudio, asumiendo a la vez el compromiso de promoverla y defenderla como participante activo en el debate público.  Para que ese compromiso fuese como fue, asunto de toda su existencia, fuerte y persistente como para llevarlo al sacrificio de su bienestar y el de sus cercanos, tenía que haberse anidado en lo más profundo de su persona por mecanismos íntimos, algunos de los cuales he sugerido en las líneas anteriores. Mecanismos que lo llevaron a situaciones límite y procederes que son precisamente los que lo convierten en inspiración y ejemplo, no necesariamente para repetir lo que vivió sino para entender el valor de su herencia moral. Los jóvenes venezolanos de hoy pueden entonces preguntarse si la gesta[6]de Arévalo González, que puede llamarse heroica, no es más bien un ejemplo trascendente que aspira a la universalidad porque se asocia a valores que enriquecen el alma de todo hombre esté donde esté. Rebasa los límites de un pequeño país que parecía no encontrar el rumbo, asolado como hoy por la incuria, el abuso y la falsedad. No sólo es parte de nuestra historia local sino de la humana, la de todos. Y nos recuerda que construir pide superar la indiferencia, es una llamada personal a ser suma.

Alegoría de la Delpiniada , cuadro de Pedro León Zapata. A la derecha arriba Guzmán Blanco. En su trono de homenaje el poeta Delpino y Lamas.

[1]Buscando el Camino es el título de un hermoso y sugerente libro de juventud de Mariano Picón Salas, publicado en 1920.

[2]Musa de la danza.

[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Los_patinadores

[4]Pág. 268 de las Memorias.

[5]Invito de nuevo, tal como lo hice en la cuarta entrada de esta serie de comentarios sobre Arévalo González, a leer las memorias en la versión más reciente publicada por la Fundación Ricardo Zuloaga: http://revistasic.gumilla.org/wp-content/uploads/2015/06/Memorias-R.-Arévalo-G.pdf.

[6]Según el diccionario: Hecho o conjunto de hechos dignos de ser recordados, especialmente los que destacan por su heroicidad o trascendencia

 

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (conclusión)

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Oscar Tenreiro

Dejo hablar a Rafael Arévalo González a través de su escritura: selecciono unos pocos párrafos de sus Memorias y agrego algún comentario. Son, creo, de extrema actualidad, sobre todo para quienes miran con un mínimo sentido crítico lo que viene ocurriendo en la sociedad venezolana.

Comienzo con la Carta para mi Nelly en las págs. 10 y 11 del librito editado por sus descendientes:

Haz que tus hijos amen a la Patria ¡Necesita que la amemos tanto! …La Patria es la familia y algo más. La Patria …es el lugar donde amamos a nuestra madre, donde conocimos a nuestro Dios, donde nacen nuestros hijos, donde están los seres que lloramos…[1]

Este tema de la Patria, en los tiempos actuales venezolanos, tiene especial importancia. En primer lugar porque la dictadura ha desnaturalizado la palabra en todos sus sentidos. Y en un plano más profundo, porque uno quiere replantearse la idea de Patria más allá del trillado nacionalismo, o el orgullo militar, impelido por esa especie de catástrofe venezolana que es la emigración. Nos mueve buscar razones para tocar alguna fibra íntima que haga reflexionar sobre la importancia de la relación con el territorio material y espiritual en el que nos hacemos personas. Arévalo González, nos da una clave: la Patria es parte de nuestra alma. Es en nuestra psique personal donde toma forma la idea de Patria. Al testimonio vital de Arévalo lo motiva el vínculo entre el amor a un ámbito físico –natural y artificial–donde ha vivido, y el que se realiza en el espacio psíquico, el de nuestros afectos más significativos. Natural porque nuestra relación con la naturaleza –consciente o inconsciente– dice una palabra singular en la formación de nuestra personalidad. Y artificial porque la ciudad, sus llenos y vacíos, sus construcciones, su vida y su talante, los muros y techos, en cierto modo se hacen naturaleza, si bien naturaleza cambiante. Arévalo González en el momento de escribirle a su hija durante la prisión más larga que sufrió, quiere decirle que la Patria vive dentro de nosotros y en nuestra relación con un lugar del mundo.

Pág. 226 de las Memorias: …Y, sin embargo, nadie vacila en repetir, cuando la ocasión se presenta, que el estado de atraso de Venezuela proviene de la ignorancia del “pueblo”, entendiendo por este vocablo los humildes, los desheredados de la suerte, los jornaleros. los que no han pisado una escuela, los que trabajan hoy, cuando trabajan, para pagar lo que se comieron el mes anterior. Injusticia mayor resultaría inconcebible, pues tiene carácter de axioma la aseveración de que la corrupción, la incuria, el miedo y la codicia, factores principales del doloroso estado de nuestra Patria, han sido y son atributos de la clase alta. Lo que esta pretende es que, así como hasta ahora ella ha empujado a la “carne de cañón” para que fuese a los campamentos y a los combates a buscarle honores y empleos y riquezas; ahora pretende que las alpargatas se pongan delante de los zapatos y vayan a los comicios y a la plaza pública a conquistarle unos derechos y unas libertades que los de la clase directiva no han sabido o han querido ejercer ni defender…

Pág. 135 de las Memorias: ¡Si Venezuela hubiese tenido tantos ciudadanos como soldados! …¡Si nuestros grandes problemas políticos y nuestros conflictos nacionales se hubieran siempre resuelto…en la plaza pública y en los Congresos y no agravado y multiplicado entre las llamaradas de los campos de matanza!…Aquí no se ha contado sino con el poder del machete; no se ha tenido fe sino en las soluciones de la fuerza..

Pág. 273 de las Memorias: …hemos juzgado a los hombres, las cosas y los acontecimientos, sin prevenciones ni instigaciones de la pasión. Bien sabemos que nuestra pluma ha lastimado epidermis, mas no por culpa nuestra, sino por estar enfermas esas epidermis …No hemos adulado, porque de eso no entendemos y, teniendo el valor de nuestras convicciones y la conciencia de nuestros deberes, hemos señalado cuanto hemos creído perjudicial, para la salud de la Patria …

 Pág. 267 de las Memorias: ¿Quién le ha cerrado aquí la puerta de su casa a uno de esos ladrones de alto coturno que ocuparon un puesto público casi pordioseros y a la vuelta de pocos años, y aún de pocos meses, ya eran millonarios? ¿Quién se ha negado a estrechar la mano que se ha hundido hasta el codo en los caudales de las arcas públicas?…

Págs. 259-260 de las Memorias: …Y yo, convencido de que el comunismo sería la mayor calamidad que podría sobrevenirle a Venezuela, estoy dispuesto a enfrentármeles a los que pretendan hacer aquí lo que hicieron aquellos falsos patriotas que prevaliéndose de las ambiciones de unos y de la ignorancia de otros, arrastraron a los rebaños humanos a una matanza fratricida de cinco años so pretexto de alcanzar una cosa que llamaban Federación y a la cual le atribuían un conjunto de todos los bienes terrenales, como hoy los comunistas a lo que ellos llaman Comunismo, ¿Con aquellos cinco años de guerra intestina hemos logrado siquiera cinco horas de Federación? Pues peor sucedería con la mayúscula quimera del Comunismo, acerca del cual dijo Anatole France con aquel profundo buen sentido que tanto lo distinguía: “Para que los ideales del Comunismo puedan convertirse en una realidad es indispensable que, así como del mono salió el hombre, salga del hombre actual un ser que sea respecto a nosotros lo que nosotros somos respecto al mono”. Si los venezolanos no estamos preparados para el régimen federativo, y ni aún siquiera para la república centralista, y por esto hemos pagado tan caro y estamos pagando todavía, el malhadado ensayo, ¿cómo pretender los ilusos de remate que podemos estarlo para una ideología tan absurda como lo es el Comunismo?…Para saber a lo que conduce el Comunismo no tenemos sino que ver el estado actual de Rusia; allí hay más hambre y más opresión que en tiempo de los czares (sic), y nada que se parezca a Comunismo. Este no ha sido sino el pretexto, como aquí lo fue la Federación, para aumentar los infortunios de la patria con provecho de unos pocos. Si Rusia hubiera logrado con el régimen soviético siquiera la décima parte de lo que buscaba, o lo que decía que buscaba, toda Europa se habría convertido al Comunismo; pero antes bien, su doloroso estado ha sido lección que han aprendido aquellas naciones que se han sentido obligadas a buscar en la autocracia la estabilidad de su orden interno y la seguridad de sus intereses económicos.

Esta dura crítica al Comunismo tiene la particularidad de establecer una conexión con nuestra Guerra Federal, lo cual revela agudeza de parte de Arévalo. Porque los historiadores afines al marxismo coinciden en ver a ciertos dirigentes del vencedor bando amarillo –el más ensalzado, Ezequiel Zamora[2]–­ el trasunto de una vanguardia proto-revolucionaria que fue obstaculizada por la reacción, vanguardia que se expresaba en las consignas –¡Tierra y hombres libres!– y el discurso, que como expansión de los argumentos respecto a la defensa del sistema federal, se enarboló durante las hostilidades. En cierto modo pues, para estos historiadores, la Guerra Federal fue buena porque uno de los bandos defendía impulsos revolucionarios. Un exceso, para no llamarlo exabrupto, que Arévalo González tuvo la inteligencia y la agudeza de ver con claridad sin que haya sido percibido en su alcance real, en lo que significa respecto a su concepción de lo que debía ser nuestra democracia republicana.

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En todo caso, pienso que este rechazo al comunismo es una explicación adicional del por qué  buena parte de los historiadores han tomado y toman respecto a  la figura de Arévalo  distancia o la hayan visto desde la sospecha. Porque bien sé hasta donde llegan los prejuicios debidos a la ideologización marxista en los sectores intelectuales y en particular en los historiadores desde que el marxismo-leninismo devino en cuerpo de ideas resumible en mandamientos que se han regado por el mundo. Uno de esos mandamientos es que no se le debe conceder espacio intelectual al anticomunismo. Y cuando digo que bien sé, en lugar de bien sabemos, es porque como tantos integrantes de lo que llamamos la intelligentsia de una sociedad, de la cual me considero integrante a partir de mis años de profesor universitario, he sido yo mismo víctima de ese prejuicio y he tendido en el pasado a sospechar –manteniéndome distante– de cualquiera que se pronunciase de modo claro y directo, sin atenuantes retóricos, contra el comunismo. Hace tiempo que he dejado atrás ese prejuicio, y con más razón ahora cuando he visto como buena parte de los marxistas-leninistas que he conocido de cerca, y han sido mis amigos porque me he acercado a ellos abriéndome a sus virtudes personales, se han plegado como intelectuales, cómplices o áulicos, defendiendo lemas y lugares comunes justificativos, al régimen  que rige hoy a Venezuela. Al cual excusan con el argumento de que se trata de una revolución, y no de lo que es: una dictadura con aspiraciones totalitarias, corrupta, represiva y perversa. Se han transformado en todo lo que criticaron como ideólogos.Y podrían citarse muchos otros casos de esa aceptación interesada y falaz de la iniquidad asignándole la coartada revolucionaria. Cuba es también un caso muy claro. Y hay muchos otros que no es la oportunidad para mencionarlos.

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Debo recordar que Arévalo escribió sus memorias entre 1933 y 1934. En esos años la democracia liberal estaba sometida en el mundo a duros ataques del fascismo, el nacional-socialismo y el comunismo soviético; lejos estaban todavía las décadas de su progresiva consolidación, en la segunda mitad del siglo veinte luego de una guerra mundial que al concluir parecía darle paso libre al marxismo-leninismo soviético. El rechazo razonado al comunismo no era común en los medios intelectuales y requería coraje y coherencia producto de una convicción democrática fundada en el pensamiento.

Algunos de los estudiantes universitarios organizadores de la Semana del Estudiante en 1928. Entre ellos hay varios que serían muy conocidos en el mundo político venezolano. De pie. tercero de der. a izq. Rómulo Betancourt. En la segunda fila, segundo de izq. a der. Raúl Leoni. Todos llevan la boína azul que los identificaba como de la Universidad Central de Venezuela.

Una convincente muestra de lo que llamo coherencia puede verse en la conducta que Arévalo asumió durante su última prisión en el Castillo de Puerto Cabello entre 1928 y 1932[3]cuando el déspota reaccionó contra él –poseído por la soberbia– debido a su mansa solicitud de libertad para los estudiantes universitarios presos en febrero de 1928.  Mariela Arvelo en su biografía, a la cual me he referido varias veces[4], narra que los estudiantes, al poco tiempo de haber sido internados, le habían entregado a Arévalo, como homenaje, la boína azul que los distinguía. Fue un acto de alto poder simbólico que enaltece  a Arévalo. Y tiene no sólo un carácter simbólico sino de significativa pedagogía que él haya organizado–lo agrega Arvelo– junto con un grupo de los estudiantes, una cátedra llamada La Carpa Blanca, nombre debido a una colcha blanca que los protegía del sol de la tarde. La cátedra consistía en reuniones realizadas en la explanada interna del castillo frente las puertas de los calabozos, donde la voz que pudiéramos llamar magisterial la llevaba Arévalo, apoyado también por algunos de los estudiantes, para ilustrar a los demás presos, incluidos por supuesto los estudiantes deseosos de formarse sobre temas relativos a la historia, la política, la legislación, los derechos ciudadanos y en general los distintos aspectos del civismo.  Y agrega Mariela Arvelo que el joven tocuyano (de El Tocuyo, Estado Lara) José Pío Tamayo (1898-1935) https://es.wikipedia.org/wiki/Pío_Tamayo, entonces de solo treinta años, precursor del marxismo en Venezuela, preso al mismo tiempo que Arévalo por ser participante activo en la Semana del Estudiante –sin ser realmente estudiante– mantenía igualmente una cátedra en la prisión con el nombre de La Carpa Roja. Allí, ubicado el grupo en el otro extremo de la explanada y protegido del sol por una colcha roja, orientaba Pío Tamayo la iniciación ideológica en el marxismo-leninismo.

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Imaginemos. En el patio de una ominosa y vetusta cárcel venezolana al borde del mar, un día en la tarde cuando el sol abrasador del Caribe comienza a declinar, dos hombres, uno de 62 años de edad, otro de 30, instruyen a otros prisioneros deseosos de orientación. El viejo, bajo la Carpa Blanca, se esfuerza por encontrar el sentido de su ya larga vida marcada por otras prolongadas prisiones tan injustas como esta. Su tema central al hablar ante el grupo es la importancia de los valores cívicos. Propone perfeccionarlos y apoyarlos para lograr un mejor futuro. Habla también de que los derechos humanos se hagan plenamente vigentes, derechos que a ellos les han sido denegados. El joven, bajo la Carpa Roja, en un punto opuesto del patio, explica a otro grupo de prisioneros las teorías surgidas dos décadas atrás a partir de los escritos de un pensador alemán y de la lucha política de su intérprete ruso sobre el proceso táctico exigido por el asalto revolucionario al poder, triunfante en la lejana Rusia. Triunfo que ha permitido, dice, grandes logros sociales y económicos.  Se adentra en el tema de la lucha de las clases sociales, de los excesos del capitalismo, del advenimiento seguro del socialismo, de la ruptura radical con el pasado. Justifica la dictadura del proletariado y la represión que exige, como etapa necesaria para construir una sociedad sin clases donde se impondrá la hermandad y la solidaridad. El viejo se afirma en su experiencia del mundo que conoce, al cual todos ellos pertenecen, producto de una cultura que es la suya y la de su país. En eso se apoya para señalar los errores cometidos y cómo superarlos. El joven por su parte dibuja una utopía tropical hija de la utopía invernal que sirve de ejemplo. Quiere que los que oyen sean también parte de una vanguardia que la haga posible. Apela a la imaginación y a la entrega. Trata de formar militantes.

Hoy, casi un siglo después, el nombre del joven es bien conocido en Venezuela, se habla de su corta vida, de su entrega, se cita alguno de sus poemas, un grupo político lo reivindica como su miembro[5]y se celebra anualmente su memoria. El dictador de hoy, dueño de un poder ilegítimo heredado de quien sentó las bases de su usurpación, lo menciona como pionero e impulsor de las ideas que hipócritamente dice defender.  El viejo en cambio ha permanecido casi oculto en las brumas de la historia local. La lucha de su vida poco se ha entendido, se menciona apenas: se desconoce en general su legado.

Sin embargo, sabemos la inmensa mayoría de los venezolanos de hoy, que lo que Pío Tamayo proponía bajo la Carpa Roja, con la fe en los objetivos que se había trazado y movido por un deseo de solidaridad y entrega personal, ha dado lugar en el mundo entero a toda clase de fracasos; y aquí, en el país que el amó y donde murió en plena juventud, ha originado una casi irreversible catástrofe. Defendiendo hoy lo que seguramente él defendía en aquel patio de Puerto Cabello, se ha sumergido a Venezuela en una sima contaminada con toda clase de perversidades de especial utilidad para un puñado de miserables.

Y lo que hemos aprendido como sociedad, lo que permanece como un anhelo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo, estaba siendo expresado entonces, nos lo dice la integridad de su legado, bajo la Carpa Blanca, por Arévalo González. De aquellos dos discursos, de las palabras que pronunciaban dos hombres sacrificados, separados radicalmente, es verdad, por la experiencia de la vida y por el conocimiento de una sociedad y su historia de luchas para construir una nación, el que expresó Arévalo González, rubricado por su asombrosa firmeza en el infortunio y en la asimilación de castigos injustos, es el que puede abrir espacio al acuerdo social para darle forma a una mejor sociedad como la que esperamos todos.

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Páginas llegadas a mis manos me llevaron a asomarme a fragmentos de la vida de un venezolano que fue ejemplo de algunas de las convicciones que más me importan, y por eso cedí al impulso de conocerlo mejor, de saber como transcurrió su vida en el mismo lugar del mundo donde ha transcurrido la mía. Algo avancé en esa tarea que hoy finaliza. Y gracias al afecto que deja la amistad surgida de la lectura y la escritura, me doy cuenta, una vez más, de la importancia de ir hasta los que nos antecedieron, hasta aquellos que nos han hablado con su vida y hemos ignorado.[6]

Ahora para despedirme de Arévalo recurro a los primeros versos de un poema[7]que Andrés Eloy Blanco, otro venezolano excepcional, poeta nuestro, le dedicó a quien fue su compañero de prisión en el Castillo. Arévalo González le había enviado al recobrar la libertad y seguir preso Andrés Eloy, un artificio hecho con mecate, llamado grilleras, que los presos usaban para aliviar el doloroso efecto en los pies de los malhadados grillos que los aherrojaban.  Decidió hablarle a su amigo y compañero de prisión, escribiendo este poema que queremos hoy decir en su memoria.

Rafael Arévalo González (1866-1935)

Andrés Eloy Blanco (1896-1955)

 LA ESTATUA (fragmento)

Poema de Andrés Eloy Blanco / Barco de Piedra / Castillo de Puerto Cabello

Arévalo González o el Aguante

Profesor de Cárceles, Doctor en Grillos

En tu vertical precursora se resarcen

veinte años de curvatura

Venezuela se salva en tu simple cristal

de todos sus pantanos revueltos.

 

Caudillo sin horda, pudiste

arrastrar veinte mil hombres

con sólo levantar la mano armada,

pero tu vela no navega en sangre.

 

Sólo tu pecho,

sólo tu ancho pecho das al fuego

en las horas injustas

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Aquí la carta con la cual Arévalo le envió las grilleras al poeta:

Castillo Libertador, 19 de noviembre de 1929 

Sr. Dr. Andrés Eloy Blanco:

Mi admirado poeta:

Acaso por temor de que el cuerpo de usted cediera al peso de su corona de poeta y de sus lauros de cívico paladín, pusiéronle en los pies a manera de lastre o de cimiento setenta y tantas libras de hierro.

Bien, yo sé que el temple de su alma entrará victoriosamente en competencia con ese acero, a cual más recio, y no seré yo quien compadezca a quien lleva con tanto honor y tanto orgullo el férreo certificado del cumplimiento del deber ciudadano.

Allá le van las grilleras que durante veinte y un meses me ayudaron a cargar los grillos que acaban de quitarme por el penoso estado de mi salud. Cada vez que usted se las coloque sobre los hombros, hágase el cargo de que son mis brazos los que lo estrechan con todo mi cariño y toda mi admiración.

Su amigo de veras.

Arévalo González

**********

El 15 de octubre de 1932 salió libre Arévalo González del Castillo Libertador en Puerto Cabello. La siguiente es la carta que les envió a sus hijas el dictador Juan Vicente Gómez. La publico como colofón porque es una muestra del más asombroso cinismo, propio de un hombre ciego a su verdadera condición. Cinismo que se equipara al que despliega la camarilla criminal que ahoga hoy a Venezuela.

 

General Juan Vicente Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, saluda a las señoritas Arévalo Bernal y les acusa recibo de sus cartas y en contestación les dice que hoy ha ordenado la libertad de su padre. El General Gómez espera que el señor Arévalo González no las hará sufrir más.

Maracay, 15 de octubre de 1932.

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[1]La frase es una cita de la Marquesa de Girardin (1784-1869) https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_del_Pilar_Acedo_y_Sarriá

[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Ezequiel_Zamora

[3]A raíz de los acontecimientos en Caracas durante la Semana del Estudiante en febrero de 1928; el día 14 de ese mes y en los días inmediatos fueron hechos presos centenares de estudiantes que con el pretexto de la celebración del Carnaval y la coronación de su reina Beatriz Peña Arreaza, habían realizado manifestaciones políticas de mucho impacto contra la dictadura de Gómez. Un buen grupo de ellos fue enviado al Castillo de Puerto Cabello, a donde también fue enviado Arévalo González el 25 del mismo mes de Febrero.

[4]Págs. 198 y 199.

[5]El Partido Comunista de Venezuela, PCV, lo hizo miembro post-mortem.

[6]Veo ahora con mucha más claridad el por qué, en el tiempo en el cual fue Presidente de la República, Rafael Caldera quiso darle forma a un Museo de la Historia Venezolana. Fui instrumental durante un tiempo para la realización de esa idea, mientras estudié como arquitecto la posibilidad de ubicarlo en El Helicoide. Mi tarea cesó con la terminación de su período presidencial. Y él, como le ocurre –es lástima, pero así es casi siempre– a los políticos, olvidó su idea y se sumergió de nuevo en la controversia venezolana. La idea la encuentro hoy de enorme importancia: deberá crearse en Venezuela un Museo de la Historia Nacional. Que nos hable, junto a lo más notorio, de los injustamente olvidados, porque de ellos podemos aprender.

[7]Tanto el poema como los otros detalles de la relación entre ambos personajes, al igual que la carta de Gómez al liberar a Arévalo, las tomé del libro de Mariela Arvelo, pags. 200 y siguientes. El poema está en la pág 283.

Poema completo de Andrés Eloy Blanco, foto de una página doble de la Biografía de Mariela Arvelo


RAFAEL ARÉVALO GONZÁLEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (5)

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Si la conducta de Arévalo disparaba la mala conciencia política de quienes figuraban en la cima de la vida literario-cultural venezolana de su tiempo, pienso que igualmente los distanciaban de él dos prejuicios. El primero sería la distancia con la cual se tiende a ver el ejercicio del periodismo desde los medios literarios. En el […]

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RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (6)

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 Si hubiese dudas sobre la motivación religiosa de la conducta de Arévalo González, basta ir a algunos de los textos que escribió, muestras de un impulso por dotar de un sentido superior –sólo comprensible si lo motiva la Fe religiosa– a su voluntad de enfrentar con estoica resignación la injusticia que se cometía con él. […]

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RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (7)

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Si Arévalo González no hubiese escrito sus Memorias, en lugar de estar en un relativo olvido habría casi desaparecido de la constelación de figuras públicas significativas de nuestro pasado inmediato. Esos textos tienen la virtud de permitir el conocimiento de algunas de las principales ideas que motivaron al autor y ayudan a identificar los obstáculos […]

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RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO Y ESPERANZA (conclusión)

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Dejo hablar a Rafael Arévalo González a través de su escritura: selecciono unos pocos párrafos de sus Memorias y agrego algún comentario. Son, creo, de extrema actualidad, sobre todo para quienes miran con un mínimo sentido crítico lo que viene ocurriendo en la sociedad venezolana. Comienzo con la Carta para mi Nelly en las págs. 10 y […]

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EDICIÓN PARCIAL EN PDF DEL LIBRO «GAN-Proyecto de la Nueva Sede de la Galería de Arte Nacional»

NUEVAS COSAS

EDICIÓN EN PDF DEL ENSAYO «La comedia de Berlín – LeCorbusier y el concurso de 1958 para la reconstrucción del centro de Berlín» (2006)


PDF copy of the original version: “The Berlin Comedy-Le Corbusier and the 1958 Competition for the Reconstruction of Central Berlin”

CARACAS

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Oscar Tenreiro Hoy se conmemora otro aniversario de la fundación de Caracas. Una celebración que, como tantas cosas venezolanas, ha estado siempre ensombrecida por la confusión histórica sobre la fecha exacta en la cual ocurrió el rito fundacional. Fue en tiempos de mi adolescencia cuando hubo un mínimo acuerdo entre los historiadores, y se estableció […]

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Pdf de la charla ¨CARACAS, CIUDAD MESTIZA»‘ dictada en el Ateneo de Caracas en Abril de 1995.

ENTRADA PRUEBA 2

Los espacios públicos en la Arquitectura de Carlos Raúl Villanueva

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